sábado, 11 de julio de 2009

Travesía Rubicera-Mortero de Astrana


Participantes: José Manuel, Luis, Alfonso, Kike, Miguel, José Luis y David.
Fecha: 11 de Julio de 2009
Climatología: Soleado y altas temperaturas

El día anterior nos acercamos José Manuel, Kike y yo (David) a la enorme boca del Mortero para dejar montada la salida.

El Sábado, entre pitos y flautas, llevar un coche al Mortero, llegar hasta la boca de la Rubicera (hora y 10 minutos), nos dieron las 12:00. Para llegar a la boca hay que descender dos canales de gran verticalidad, siendo a mi juicio la primera la más peligrosa por las zonas de hierba y la segunda (montada con cuerda) la más fácil al consistir la máxima verticalidad en un escarpe de roca con agarres y escalones.

Planteamos dos equipos, el A, que haría la travesía completa, y el B que se daría la vuelta en el P31 (Pozo del Chocolate). A última hora surgió el equipo C: José Manuel, que se dio la vuelta en la Licuadora al encontrarse mal.

Como documentación llevábamos los croquis del Grupo de Espeleología Geológicas (GEG).

Los primeros pasos en la cueva no son demasiado complicados: se asciende por una rampa resbaladiza con huellas talladas en el barro hasta desembocar en una sala enorme de grandes bloques, en la que progresando hacia el fondo y siguiendo el sonido del agua, se alcanza el hoyo donde se abre el "Paso de la Licuadora", junto a una caída de agua.

Este paso es una sucesión de gateras verticales y en rampa de escasa dificultad, tiene agarres y holgura suficiente para constituciones dentro de lo razonable. Asusta más el nombre que la realidad.

Una vez abajo hay que tomar a mano izquierda, donde las galerías se ramifican. Aquí nos dispersamos cada cual buscando por un ramalillo, para reencontrarnos al otro lado en la buena dirección. Siguiendo las indicaciones del croquis avanzamos sin problemas por gateras y túneles subibaja hasta un destrepe con una cuerda blanquirroja, donde nos equivocamos y continuamos hacia abajo, en lugar de meternos por la gatera de la izquierda.
Otro gran despiste fue poco antes de alcanzar el P31, en una bifurcación previa a la gatera que da a dicho pozo, tomamos de entre los dos grandes ramales, por el de la izquierda, que continuaba por una amplia galería ascendente, cuando tuvimos que retroceder para tomar por la derecha, que pronto se cegaba ofreciendo como única continuación la gatera hasta el P31.

Habíamos tardado 2:30 horas en llegar hasta aquí. Nos colocamos los aparatos y los grupos se separaron. Por un olvido, el grupo B no se llevó una de las dos copias del croquis que llevábamos, lo que les ocasionó unos cuantos problemas durante el regreso.
En la gran sala encima del Paso de la Licuadora estuvieron deambulando un buen rato antes de dar con la salida, a pesar de que ya conocíamos la experiencia de otros espeleólogos, incluso de algunos de este mismo grupo. La salida parece muy obvia al ir, pero al regresar cuesta dar con ella.

Los del grupo A descendimos el pozo y continuamos por la galería de la plancha, un tejadillo triangular con formaciones y suelo perfectamente plano y pulido, que se iba aplanchando cada vez más y más hasta llevarnos a dudar si realmente era el camino. En un momento dado tomamos una desviación señalizada hacia la izquierda, haciendo una "z" para desembocar en una galería mucho más amplia en dirección paralela a la que llevábamos. Ésta desembocaba en un resalte desde el que empezaba a escucharse el sonido del agua. Descendemos entre los huecos de las rocas y alcanzamos el río, donde repostamos agua.

Avanzamos por el río con escarpines, más que suficiente. La mayor parte de los tramos profundos son salvables por repisas superiores, y los que no, lo máximo que llega a cubrir es hasta los muslos. El agua está muy fría pero llevando los pies protegidos se aguanta sin problemas.
El trayecto del río destaca por sus perfiles de "aletas de tiburón" y el contraste de rocas negras y claras ligeramente amarillentas, dando texturas leopardinas.

Con ciertas dudas sobre dónde deberíamos abandonar el río, debido a que fueron varios los tramos en los que éste parecía obstruirse y era necesario bordear bloques precipitados sobre el cauce, llegamos a donde claramente era imposible seguir por él. Tomamos entonces la "Vía Real" que se abría a la izquierda, con una sección regular: una galería medianamente alta y estrecha, con unos recovecos bajos laterales donde crecían formaciones en hilera.

Más adelante las paredes se vuelven "leopardas", una textura preciosa formada por tonos blancos, manchas oscuras y puntitos de arcilla rellenando oquedades. Estos corredores son un tanto laberínticos, con quiebros, estrechamientos, ampliaciones y destrepes.

Y en poco tiempo volvemos a toparnos con el Rubicera, esta vez formado un laguillo que cubre demasiado. Pero no hace falta meterse en el agua, se puede avanzar en paralelo por una repisa a la izquierda que gana altura. Si continuamos esta repisa hasta el final, saltando de un lado a otro un par de veces, llegamos a la cascada... un punto muerto que se precipita al abismo. Antes de llegar ahí, cuando la repisa se comprime demasiado contra el techo, a mano izquierda se abre una gatera muy estrecha que a primera vista parece cegarse. Hay que introducirse para comprobar que continúa. Es un paso sin dificultad pero incómodo, "tocapelotas", toca arrastrase tirando de las sacas un trecho hasta desembocar en una terraza sobre el P80 donde está montada la cabecera del "Paso de la Araña": se trata de un pasamanos con un tramo en comba en el que hay que usar descendedor y cambiar luego a puño, pero en la medida de que en el punto de cambio haces pie en un resalte, la maniobra no entraña ninguna dificultad.

La travesía prosigue por una serie de galerías estrechas con formaciones, incómodas, de arrastrarse y tirar de la saca, hasta desembocar en la amplia "Sala de Espera", a la que cae una cuerda montada (P20). Podemos ponernos de pie de nuevo. Arriba cambia radicalmente la textura de las paredes, como si hubiéramos pasado a otro nivel en un videojuego. Pasadizos estrechos y de gran altura, erosionados, formando lengüetas, y con paramentos "tatuados".

Algunas trepadas más con cuerdas montadas y llegamos a "La Encrucijada" donde se encuentra el Cocodrilo. Aquí vacilamos un rato sobre cuál sería la continuación correcta: la boca del cocodrilo, hay que descender por sus fauces. Tomamos por ahí y por lo visto subimos demasiado por lo que tuvimos que descender, cada cual de una forma diferente: uno pasando empotrado sobre una peligrosa altura, otro con un salto hacia otra plataforma tras el cual se hizo añicos la cornisa inestable desde la que saltó, y el tercero se tuvo que dar la vuelta al haber desaparecido dicha cornisa.
El caso es que enseguida encontramos la siguiente cuerda, que nos indicaba que íbamos por el buen camino.
Subimos, bajamos, y llegamos por fin al río del Mortero. Nos ponemos los neoprenos al amparo del recoveco de aterrizaje de la última cuerda (de nudos), pues por la galería del río corría un viento gélido.
Hacia la izquierda el río cubre poco, y en pocos metros se precipita al Gran pozo de 178 metros, los cuales no se aprecian ocultos por la oscuridad, el agua espolvoreadas en el aire, y las subcornisas. Por una estrecha galería al fondo se progresa hacia los montajes para descender... pero como no habían venido ni Rita ni el Tato, nadie lo descendió.

Hacia la derecha el río adquiere profundidad formando un lago en el que hay que nadar unos pocos tramos, con cuidado de no dejarte las rodillas en los bolondrios de roca sumergidos; el agua está tan fría que tenemos que sacar las manos fuera enseguida.

Hasta aquí íbamos relativamente bien de fuerzas, pero el llegar a las marmitas fue nuestro fin. Hay que superarlas por una serie de tirolinas aéreas a base de cabo corto y puño, a fuerza bruta. Y, embutidos en los neoprenos, apenas nos llegaba riego a los brazos, se nos hacía titánico el esfuerzo. Y tanto es así, que superados los dos tramos, el agua de las pozas no estaba tan fría, y más bien servía de alivio para reactivar la circulación de la sangre.
Consejo: Al llegar a esta zona, QUITARSE LA CHAQUETILLA DEL NEOPRENO. Ya no hará falta, o incluso no está de más quitarse el neopreno entero antes de las tirolinas. Lo que queda no es más profundo que el paso del Rubicera. (El problema es que no hay un lugar seco donde cambiarse cómodamente)

Pasamos bajo la cascada, que apenas llevaba agua, y bordeando por la izquierda ascendemos abandonando el río. Por un par de agujeros alcanzamos una colosal sala superior como una montaña de bloques que se precipita desde las alturas. El anfiteatro. Los otros dos se quitaron aquí los neoprenos, yo sólo la chaquetilla, y en lo que se entretenían yo ensayé un espectáculo de sombras chinescas terroríficas en la pared del anfiteatro (jeje).

Seguimos por unos túneles donde volvimos a despistarnos ascendiendo por una resbaladiza rampa que luego tocó bajar otra vez.
Retrocedimos hasta tomar el túnel que se abría poco antes a la izquierda, y por el buen camino alcanzamos otra gran sala cerrada a la derecha por un paredón continuo en rampa que caía desde las alturas. Bordeando el paredón se llega a una canal que se puede trepar a las malas, o salvar usando las cuerdas que hay montadas.

Y llegamos al agujero soplador, por el que como su nombre indica sopla un fuerte vendaval, que desaparece en cuanto te alejas de él tres pasos.

Y ya estamos en el fondo de la gran sala del Mortero, desde aquí abajo se ve la tenue luz del exterior, sólo queda ascender la rampa de bloques (por la derecha más o menos se sube bien) y arriba usar las cuerdas que dejamos puestas el día anterior para poder volver a casita.
Estaba oscureciendo cuando salimos y la sensación era acongojante, impresiona mucho más que por el día.

Los del grupo A tardamos 11 horas en hacer la travesía, y los del grupo B 8 horas, debido a las pérdidas. Conociendo el camino, sin tener que estar consultando los croquis, se puede hacer en menos tiempo.
Hay bastantes señales a lo largo de la ruta: hitos de piedra, flechas negras, marcas azules, y sobre todo las cuerdas montadas, que son la mejor confirmación.

Las cuerdas que llevamos fueron peso muerto, pues toda la travesía estaba perfectamente equipada.
La travesía apenas tiene formaciones, salvo puntos muy concretos y casi más saliéndote del recorrido principal, aunque sí texturas y siluetas interesantes.
La chaquetilla del neopreno no mereció la pena llevarla, quizá se nos hubiese cortado la respiración unos minutos en el lago del mortero, pero fue un tramo tan corto donde realmente cubría que a mi juicio hubiera compensado ese pequeño mal trago el hecho de liberar espacio en la saca durante el 99% de la travesía. No obstante, como el nivel del agua puede subir inesperadamente, hay que llevarla, al igual que la cuerdas. Uno no puede contar con que las condiciones van a ser favorables.

Y a partir de aquí ya no hay más fotos pues tocaba nadar, la cámara se fue al bote estanco, y no volvió a salir de ahí.

Galería de fotos

El Mortero desde el fondo, el día del montaje.
Descendiendo la primera canal hacia la boca de la Rubicera, o Cueva de las Canales.
Dispuestos a pasar el Paso de la Licuadora, que ni licu ni cúa.
Tramo con finas siluetas de barro, inmediatamente después del quiebro de la
cuerda blanquirroja, entre las que destacaba ésta que recuerda a un felino.
La única zona con grandes formaciones de toda la
travesía, en un ramal que se desviaba de la ruta.
Galería de sección uniforme, paralela a
"la plancha" que termina vertiendo en el río Rubicera.
El río Rubicera en el punto donde nos lo topamos.
Inicio de la Vía Real, abandonando por un momento el Rubicera.
Destrepando la caótica red de pasillos leopardinos.
Cabecera del pasamanos sobre el P80
La boca del Cocodrilo. Para proseguir hay que introducirse por sus fauces.

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