sábado, 15 de octubre de 2011

Solviejo-Rayo de Sol


Participantes: Miguel, José Manuel, Kike, Luís, Alfonso, José Luís y David
Climatología: soleado, tiempo más veraniego que otoñal.


¡No quiero excusas!
Tras llegar hasta donde pudimos por la pista que parte de la carretera entre Secadura y Solórzano, aparcamos los coches y continuamos a pie por el camino continuación de la ruta que llevábamos. Al poco, tras salvar un par de cercas, nos zambullimos en una de las frondosas plantaciones de eucaliptos que abundan por la zona.
En el bosque se desdibujaba unos instantes el camino, pero reaparecía de nuevo marcado más abajo, y entre eucaliptos llegamos hasta la cabaña de piedra que nos serviría de referencia para encontrar las dos bocas de la travesía.
El problema es que los que habían estado aquí hacía una década recordaban el entorno de una forma bien distinta. Para empezar no había eucaliptos, ni tan enrevesada vegetación en las vaguadas.
Para encontrar Rayo de Sol descendimos por una sombría selva habitada por grandes arañas con sus telas tendidas entre los árboles, y no estaba de más ir con un palo por delante abriendo camino si no querías acabar con un ejemplar correteando por tu cara.
Tras localizar Miguel la boca, al costado de un barranco seco, comprobamos que el pasamanos de la estrecha diaclasa de salida estaba montado, y supusimos que los pozos interiores lo estarían de igual forma, así que, sin más, marchamos a buscar la otra cueva, la de Solviejo, que al final hallamos siguiendo una senda que se internaba en una mancha de vegetación impenetrable. La boca se abría poco antes de que la maraña se disipase en un prado despejado.


Tras una corta bajada desde la boca, el túnel se precipita sobre una gran sala. La visibilidad a larga distancia es muy buena, y llama la atención la escasez de humedad y partículas enturbiando en el aire en comparación con otras cuevas.
Entramos algo tarde y, tras descender el primer pozo para aterrizar en el fondo de la gran sala de entrada, decidimos hacer una visita mucho más rápida de lo que estaba previsto a la zona llamada "El viaje rápido".



Algunos se quedaron esperando allí mismo mientras otros fuimos para allá por el corredor que ascendía a mano izquierda, con una cuerda montada de ayuda para salvar un primer desnivel.
Por aquel ramal no tardaron en hacer acto de presencia llamativas formaciones, grandes columnas y bordes estalactitados brillantes. Pasada la llamada "Sala de la Neurona" llama la atención un largo bloque que atraviesa el corredor de un extremo a otro, cual viga sujetando el techo, y con una notable fractura en el centro que sugería que aquella estructura podría ceder en cualquier momento.


Conviene que alguien se quede sujetando esto mientras los demás salen de la cueva...
Desde ahí, José y yo destrepamos por un agujero a la izquierda, y Miguel y Alfonso fueron a husmear por la derecha.
Tras unos destrepes alcanzamos un corredor con un cómodo firme que permitía avanzar por él a gran velocidad, lo que se me figuró una buena justificación para el nombre de la zona, "Viaje Rápido". Alcanzamos una especie de foso, donde había que realizar una corta trepada para continuar, y ahí nos dimos la vuelta, retrocediendo hasta una zona previa con formaciones donde habíamos anotado para luego un bonito pasaje lateral que comunicaría con otro ramal paralelo, que a su vez nos llevaría hasta una sala con grandes columnas. Destacar de esta zona la proliferación de fragmentos de paramento que se han desprendido, conservando las formaciones que tenían, y que ahora tienen un ángulo diferente de la vertical. Algunos de estos trozos se han fundido con formaciones que han crecido posteriormente en la dirección usual que la gravedad dicta.


Bloques de formaciones desprendidos y revirados de su posición original
Cuando regresamos a la zona de la viga a punto de partir, Alfonso nos informó que Miguel había venido detrás, y sin duda nos habíamos cruzado sin vernos al introducirnos por el ramal paralelo.
Una vez reunido todo el grupo de nuevo, continuamos la travesía ascendiendo desde la gran sala de entrada hacia la parte derecha, por una rampa y ayudados por otra de las muchas cuerdas montadas que encontraremos en la cueva para evitar resbalones.



Arriba más bellas formaciones, y en seguida descendemos de nuevo, hasta el borde de un pozo de unos 25 metros (así a ojo) que comienza con la cuerda rozando en roca pulida, y termina volando para aterrizar junto a un pequeño charco.



Tras haber bajado, hay que volver a subir por una ladera, "a la sombra" de un pepinaco de bloque que vuela ingrávidamente. Nos ayudamos en un tramo por una cuerda montada, y al llegar a lo alto de la loma... a descender de nuevo por la ladera opuesta, también con cuerdas montadas.


Descendiendo por la ladera del otro lado
Hasta ahora nos hemos movido por grandes espacios de altos techos, y ahora toca abandonarlos para pasar por debajo de la gran sala de entrada: mirando hacia el sur, un agujero a la derecha nos lleva a un meandro por el que inicialmente se camina muy cómodamente. Tras salvar un pequeño desfondamiento, bajando y subiendo, la sección del túnel se empieza inclinar y a estrechar por la base, teniendo que salvar algunos tramos mediosentados-medioempotrados a media altura.
El meandro en su tramo final no es tan cómodo como lo era al principio, aunque algún profano deduzca lo contrario al observar que los espeleólogos avanzan sentados
Con algunos pasamanos de seguridad puntuales y algún pequeño pozo montado, vamos descendiendo hasta que el meandro nos escupe en la Sala del Campamento, gran espacio del que parten varios ramales con formaciones.
Aquí hacemos una pausa para reagruparnos, beber y comer.


Conjunto en uno de los ramales de la Sala del Campamento
La continuación de la travesía se halla junto al punto de aterrizaje por donde llegamos desde los meandros: un pocillo instalado de unos 4 metros y su continuación descendente por una rampa que nos lleva a un nivel inferior.
Mientras bajaba más gente, me fui a echar un vistazo en dirección contraria a la que tendríamos que tomar, hacia el norte del túnel. El suelo barroso sólido y cuarteado hacía pensar que aquel túnel quizá se encharcase en otras épocas. Iba yo silbando una melodía y al poco, al alcanzar una cámara, si bien no con mucha superficie sí con gran altura, que se abría a la izquierda atravesando un paso bajo, noté con placer como mis notas reverberaban añadiendo un precioso color a la música.
Regresé rápidamente con los demás y continuamos hacia el sur, por túneles pequeños, meandrosos, que empezaban a laminarse, hasta volverse un pelín incómodos sólo en tramos puntuales.


Algunos aprovechan que hay que tumbarse en los laminadores para echar un sueñecito
Por aquellos corredores alcanzamos al fin el P23, que no era sino una profunda diaclasa inclinada, un largo tajo.
Al encontrarnos aquel pozo sin montar, cuando esperábamos lo contrario, empezó a cundir la paranoia de que quizá los de salida tampoco estuviesen montados, con la consiguiente especulación de cuántas horas tendríamos que aguardar ahí abajo hasta que apareciera alguien a echarnos una cuerda.


Tiro de cuerda de la diaclasa inclinada
Montamos y descendimos algo incómodamente por la inclinada fractura tratando de no encajarnos en las brechas. Fuera del recuenco de aterrizaje, que brindaba algo de amplitud, la diaclasa dejaba un estrecho paso por el que había que seguir en dirección suroeste. Al poco, una trepada incómoda, debido a la propia estrechez de la sección del túnel, y más adelante un corredor ya más amplio.
Subiendo un poco hacia la derecha antes de un desfondamiento llegamos, con alivio, a la pequeña salita hacia la que caía la cuerda de salida.
Ya sólo quedaba ascender aquel pozo, montado con desviador, atravesar un laminador pedregoso jode-rodillas, subir otro pequeño pozo, y salir por la corta y estrecha diaclasa que conectaba directamente con el exterior, saludando a alguna araña que rondaba por ahí a escasa distancia.


Ya no queda casi nada para llegar al exterior
La salida es una grieta ajustada por la que hay que gusanear ligeramente hacia arriba. Pero teniendo "la calle" ya delante de las narices, se lleva mejor ese último esfuerzo.
Saliendo por la estrecha boca de Rayo de Sol

sábado, 16 de julio de 2011

Valporquero


Climatología: soleado
Participantes: Miguel, José Luís, Kike, Marta, José Manuel y David (Espéleo-romeros); y Diego, Bea, Carlos y Pilo (Espéleo-Leganés).

Nos dividimos en dos grupos, uno mayoritario que entraría por el Sil de las Perlas, y otro cuadrúpedo formado por Kike y José Manuel que entraría por la boca de la cueva turística, identificándose previamente como espeléologos titulados.
Ambos nos encontramos en la galería del río, donde la carburera de Diego pegó un espectacular petardazo. Afortunadamente las llamas no dañaron a nadie.
La progresión por el río fue lo mejor de la travesía, entre pasamanos, descensos, toboganes y algún salto con inmersión opcional.
El "Paso de la M" estaba bajo de agua, y por ahí salimos sin problemas al exterior, gracias a las escalas montadas.
Ya en el exterior, descendiendo la primera cascada del barranco, pudimos haber sufrido un accidente debido  al roce de la cuerda con el borde del voladizo. Sólo el último en descender, Pilo, se percató del corte en la funda.

sábado, 25 de junio de 2011

Tonio-Cañuela


Participantes: Miguel y David (Espéleo-romeros) y Diego y Beatriz (Club Espeleológico de Leganés)
Climatología: Sol y calor.
Diego y Bea nos invitaron a cenar el viernes en su casa de Arredondo y se nos hizo un tanto tarde con las copas de después, pero a las 9 del día siguiente estábamos listos para salir hacia la cueva.
Dejamos uno de los vehículos abajo, a los pies de la ladera del valle de Bustablado a la que vierte la gran boca triangular de Cañuela, y con el otro subimos por la empinada carretera que conduce al punto de aproximación, con la suerte de no cruzarnos con nadie, ya que en esos casos su estrechez supone un problema.
Al alcanzar el lugar fijado para aparcar nos encontramos una máquina abriendo una nueva pista en la montaña.
Tras vestirnos de espeléologos, empezamos a ascender por el corto tramo de pista desbrozada y luego continuamos por los prados, entre vacas y agujeros por doquier.

La boca de Tonio es un pequeño agujerito prácticamente oculto entre la vegetación al borde de la caída de una gran dolina al pie de las cabañas de Buzulucueva.
Miguel iría instalando y Diego desinstalando. Es una travesía sin marcha atrás.

Tras aterrizar al fondo del primer pozo alcanzamos una sala seca, acojedor refugio de moscas y mosquitos, que a su vez son el banquete de una horda de arañas -cuyos adultos alcanzan gran tamaño- que se mueven vivazmente por la paredes obligándote a cuidarte mucho de dónde tocas.
Tras bajar el siguiente pozo desaparece todo signo de vida en sus empapadas paredes.
Otro pozo más y llegamos al gran pozo de 48 metros, un espacio de mayores dimensiones que las secciones anteriores y tapizado por colonias de líquenes amarillos. A cierta altura, antes de llegar al fondo, te topas con un pasamanos para remolcarte hacia una repisa a mano izquierda.
Desde esa repisa hay que realizar una pequeña trepada y posterior bajadita, y ante nosotros se abre la temida diaclasa o "gatera vertical"... o "paso del egipcio".
Primeramente debemos avanzar hacia adelante, mejor sin anclarse en este tramo. Aunque haya instalado una especie de pasamanos, en la medida de que el pozo-diaclasa ya de por sí es estrecho y además se va estrechando hacia abajo, es imposible caer.
Al final del pasamanos (pero aún dentro de la estrecha diaclasa), se encuentra instalada una cuerda que desciende, y ahí nos colocamos el descensor, mejor sobre el cabo largo, y ya por ahí bajamos por el apurado espacio que tenemos. Desde arriba da la sensación de que no vamos a poder pasar por ahí, y hasta para girar la cabeza y poder echar un vistazo o cambiar de dirección vamos a encontrar dificultades si no tenemos el casco a la altura de algún ligero ensanche.
Habiendo bajado todos con las sacas, continuamos por una rampa instalada con una cuerda en un estado pésimo. Diego deja hecho un nudo en una zona cercana a la cabecera donde el rozamiento con la roca tenía la cuerda prácticamente cortada.
La rampa se desfonda hacia el pozo por donde a tantos se les ha caído la saca por lanzarla desde la zona de la diaclasa para bajar cómodamente sin ella, pero antes de desfondarnos nosotros, ascendemos por una cuerda de nudos.
Arriba nos encontramos un paso aéreo en comba, un pasamanos y cortos descensos hasta dejar atrás esta zona de pequeños espacios que estaba equipada con cuerdas fijas, terminando en una apurada cornisa al borde del P55, donde el espacio vuelve a agrandarse . Toca seguir con el loco-loco, lo-quito, loco-loco, lo-quito...

Este pozo de 55 es bastante divertido de bajar, al igual que el P20 cercano al final de la sucesión de descensos. 
Tras el P22, el último de los pozos que podríamos considerar propiamente de Tonio, hacemos un destrepe por un resbaladizo meandro que enseguida se estrecha continuando así con un par de descensos cortos con trozos de cuerda instalados en fijo de por medio. Aquí se nota el frío y el sonido de la corriente de aire, por algo se llama la Gatera de la Borrasca.
Tras retorcernos por el meandrillo, terminamos al borde de un boquete que se precipita sobre el gran espacio de la sala Olivier Guillaume, como si tras atravesar la tierra por estrechos laberintos hubiéramos llegado a un gran hueco en el cascarón, una antípoda oscura. Ahora estamos en Cañuela.

La sala está constituida por unos cuantos montículos de bloques desprendidos cuyas cimas se pierden en la oscuridad bajo la gran cúpula desnuda que unifica este espacio. El lugar desde el que hemos descendido no es más que un agujerito en dicha cúpula, desde el que se descuelga nuestra cuerda.

Desde el punto de aterrizaje, en la ladera de uno de esos montículos, descendemos en dirección a unas marcas reflectantes hasta alcanzar la embocadura de un túnel. Se suceden los destrepes entre los bloques, y al poco, en los altos techos, aparecen las primeras colonias puntuales de estalactitas. Están secas y costrosas, pero son enormes.
Bea nos ameniza el camino con su repertorio de cantos espeleológicos, con temazos como "Somos los mocos", "Somos los pipas" o "Si yo fuera murciélago".

Esta galería, la del 10 de Agosto, va ganando en formaciones, hasta que el espectáculo se vuelve impresionante. Las estalactitas son gigantescas, esbeltas e ingrávidas, caen de los techos como puntas, dispuestas a ensartarte al menor temblor del tierra. Como una multitud descuelgan sucesivamente más filas detrás de otras filas, hasta convertirse en siluetas de fondo.
El tamaño de las formaciones, su languidez esbelta, y su color apagado, dan una sensación de vejez, de cueva vieja. De lejos son como ancianos pellejos caídos y recubiertos de telarañas.

Si el espectáculo ya es impresionante en los primeros tramos, lo es más aún cuando más adelante las estalactitas se van perfilando en delgadas hojas de extrañas espadas fantásticas, en hojas de sierra que cortan el aire en la dirección del túnel.
El suelo sube y baja, formando a veces cómodas playitas de arena bajo esos techos fabulosos. En ciertos momentos hay que trepar o destrepar buscando los agarres precisos en la resbaladiza roca.

Tras destrepar a un gran hoyo (Sala de la Encrucijada Alta) y luego salir de él trepando por el otro lado, alcanzamos la "sala de la apisonadora" (Boulevard). Y es que parece que ha pasado por ahí una máquina cortando a cuchillo todas las rocas y aplanando el suelo para construir una autopista encima.
El Bulevar realiza un fuerte giro a la izquierda para llegar al "campo de fútbol", una gran sala con abundantes charcos y larguísimas coladas -holladas por unas firmas grabadas en ellas-. Desde ahí, giramos a la derecha y pasamos bajo "la portería del campo de fútbol", un arco de gran anchura, y por unos instantes sentimos el fresco de una viva corriente de aire.

Más adelante la galería se precipita sobre el vacío, en el Pozo del Arca. Debemos instalar una cuerda para descender unos 20 metros, y ya estamos a nada de la salida. Sólo nos queda avanzar por el gran túnel hacia la derecha, atravesar el pasamanos y... maravillarnos con la aparición de la enorme boca por la que se cuela la cálida luz del atardecer luchando contra el gélido aliento de las profundidades, pintando de azul aguamarina las paredes de la roca. Es como un fantasma en la oscuridad, que conforme nos acercamos se transforma en un resplandor de luz en el que más adelante van emergiendo las sombras de los árboles perimetrales, y por fin el valle y las montañas, una vez en el exterior.

Descendemos por una estrecha senda, con la boca de la cueva a nuestras espaldas exhalando una nube de humedad que desde cierta distancia se materializa como un emborronamiento blanco. En cierto punto giramos hacia la izquierda, saliéndonos del barranco dominado por la cueva y... se nos acabó el aire acondicionado. Al haber salido del cauce del chorro de aire frío que cae desde la boca volvemos a la realidad de una calurosa tarde de Junio.

Tardamos 8 horas y cuarto de boca a boca.

Nueva pista en construcción
instalando la cabecera del primer pozo de Tonio
Descendiendo el primer pozo
Arañacas al fondo del primer pozo
Descendiendo el P48, aproximándose al pasamanos
La gatera vertical vista desde el aterrizaje
Dos pies y una saca
Descendiendo el P22, el penúltimo descenso antes de pisar Cañuela
Al final del meandro de la Borrasca se abre la cabecera del P20 volado sobre la Sala Olivier Guillaume
Estalactitas afiladas como hojas de espadas
Bosque muerto invertido
¿plumas?
Texturas cerca del "campo de fútbol"
Sorteando algunos bloques
La salida se dibuja como un holograma fantasmal en medio de la oscuridad
Un, dos, tres y cuatro, hemos salido todos.

sábado, 28 de mayo de 2011

Rozada-Lengo


Climatología: soleado
Participantes: Miguel, Luís, Marta y David

Estuvimos por la zona occidental de Cantabria, una zona poco conocida cueverilmente para el grupo.
Teniendo como base de cavidades seguras el minisistema Toyu-Rozada-Lengo, topografiado por Carlos Puch, empezamos la jornada del sábado con un pateo por la zona en busca de otras cuevas cuya localización no era tan clara.
Dimos por hecho que íbamos a encontrar lo que buscábamos, que estaba a unos pocos kilómetros, y por tanto fuimos cargando con todo el equipo, dispuestos a descender una eventual sima.
Tras 6 horas recorriendo caminos, selvas de avellanos, laderas empinadas e incluso andando por el río Latarmá (la parte más divertida), regresamos con las "manos vacías" al coche aparcado en la carretera de entrada de Venta Fresnedo, con los hombros hechos trizas del material que nos llevamos de paseo gratuítamente en las sacas.
Y es que no es plan hacer trekking vestido de teletubby.
Durante la mañana preguntamos a algunos lugareños que nos topamos y que nos dieron algunas pistas para encontrar al pastor que conocía la localización de la cueva. Encontramos a su hijo, divisándolo a lo alto de una ladera llevando el ganado, pero por no subir hasta allá, hablando a grito pelao en la distancia no logramos entendernos bien, y acabamos siendo dirigidos hacia otra cueva que no buscábamos: la Cueva del Manantial (habiendo pasado ya la línea provincial de Asturias), una de las varias resurgencias por las que resurge el Río Latarmá, que en varias ocasiones desaparece discurriendo por debajo de los montes para volver a reaparecer en el siguiente recuenco de valle cerrado.
De vuelta en el coche tras la trotada por los montes nos volvimos a encontrar con él, esta vez a corta distancia, y ya nos explicó la localización de la cueva que buscábamos. Más tarde aparecería finalmente el padre, acompañado de otro paisano que le había ido a buscar. Nos dieron más detalles, y a ellos se fueron sumando más vecinos de La Venta que al pasar por la carretera se iban deteniendo, uniéndose a la conversación o tomando el relevo.
Al final nos limitamos a entrar por Cueva Rozada y salir por la Torca de Lengo. No nos apetecía ya volver otra vez atrás a buscar la cueva con los nuevos datos.
Las coordenadas del Boletín Cántabro donde encontramos estas cavidades estaban mal, pero aun así, estas tres (Rozada, Lengo y Toyu) son fáciles de localizar al estar cerca de La Venta y ser conocidas por sus vecinos.
La entrada de Rozada se encuentra al lado derecho de la carretera, junto al aparcamiento en línea habilitado para excursionistas antes de entrar en La Venta. En una hondonada umbrosa, al pie de una pared tupidamente cubierta de árboles y vegetación, se abre la boca del tamaño de una puerta-trampilla, que conduce a una rampa repleta de derrubios.
Descendiendo y tirando más bien hacia la zona izquierda llegamos a un ramal de paredes con texturas de estratos claros y oscuros alternados que forman curiosos dibujos, a veces concéntricos. Al final de esta zona aparece un estrechamiento con el primer resalte. Se puede instalar una cuerda de ayuda, pero lo cierto es que no hace ninguna falta, se baja bien a pelo.
Abajo otro resalte que directamente se puede esquivar introduciéndonos por un pasaje bajo hacia la derecha.
Estamos en una sala de gran tamaño descendiendo por otra empinada rampa formada por coladas pulidas y arena sobre la que se pisa bien.
Al fondo la sala se comprime entre bloques y, puesto que la boca de la cavidad actúa eventualmente como sumidero, ahí se asientan los típicos restos orgánicos -¡y caracoles!- que son arrastrados por el agua desde el exterior para acumularse en una zona y pudrirse tranquilamente.
La roca es negra, limpia, brillante y afilada.
Unos pocos pasos más abajo el piso se precipita hacia el Lago Siniestro, donde observamos un sapo encaramado a la pared.
Para seguir harían falta neoprenos, y tener instalados los pozos desde el sumidero del Toyu, que es hacia donde conduce la galería inundada.
Nos damos media vuelta y ascendemos de nuevo hasta la zona de franjas de estratos, tomando más arriba el otro ramal, ascendente, que nos llevará hacia la salida de Torca Lengo.
Lo más llamativo es el túnel final, un meandro alto cuyas paredes presentan numerosas agarraderas y que en cierto momento adquieren el aspecto de una piel animal, moteadas con puntos negros.
Esta zona termina en una especie de ventanuco al otro lado del cual ya vemos la ténue claridad del exterior que cae desde lo alto. La trepada por la torca está algo enmarañada, cubierta de zarzas, y entre ellas afloramos por detrás de una casa, cerca de un camino que nos devuelve a la carretera.
 En resumen: un auténtico paseo.


Cueva del Manantial, de cuya gran boca sale el río Latarmá
¿Qué mejor forma de llegar a la boca del sumidero Toyu que caminando por el mismo río corriente abajo? Pero al llegar a las cascadas tuvimos que abortar la magnífica idea.
Boca del Toyu, que se traga el río Latarmá

Coladas en la segunda rampa, en la gran sala que desciende hacia el Lago Siniestro

Meandro de salida hacia Torca Lengo con curiosas texturas moteadas

sábado, 30 de abril de 2011

Fuentemolinos


Climatología: lluvia ligera
Participantes: Luis, Alfonso, Kike, Marta y David



Aparcamos los coches en el ensanche del camino frente al cartel de "CUEVA", y ascendimos hasta la boca de la surgencia. Estaba cerrada, pero accedimos desde más arriba por la gatera superior. Una gatera descendente bastante amplia y cómoda.
A medida que nos vamos internando, va aumentando el ruido de un tremendo rugido que suena como mi lavadora centrifugando. Es el agua que se precipita con fuerza por una cascada, donde un cable de acero sirve de ayuda a modo de pasamanos. Si bien en esta ocasión no era estrictamente necesario, lo será cuando el caudal del agua sea mayor.
Arriba el agua anda más calmada, aunque seguía tronando la caída de agua por aquel paso de pequeña sección y con redondeados clastos emergiendo de las paredes. Tras muy pocos metros este túnel por el que discurre el río se abre a un espacio más amplio.
La galería va cobrando cada vez mayores dimensiones con dirección Oeste, un paseo cómodo caminando sobre el agua, entre los curiosos efectos ingrávidos de la pudinga, tímidas formaciones que irán incrementándose y ganando en porte y multitud de microformas de precipitación como los "bosques de abetos", los "corales", o las "lentejas".
Tras subir y bajar uno de los varios obstáculos que bloquean a veces el río, nos encontramos con una cuerda que desciende desde lo alto, que supuestamente conduce al nivel 3. La dejamos para el regreso y continuamos chapoteando por el cauce.
Inmediatamante nos sumergimos en toda una exposición de cortinajes y pieles (o más bien ellos nos sumergen a nosotros), gigantescas coladas pardas, blancas y multicapa se precipitan desde las alturas.
Tras algunas eses, y dejando atrás una cuerda de nudos y una escala aupada sobre un resalte alto, se nos abre a la derecha lo que barajamos pudiera ser el caos de bloques que hay que trepar para ascender al tercer nivel, según la copla con la que se había quedado Luís "Al llegar al caos de bloques, trepada hacia atrás". Son algunos bloques y una empinada rampa de coladas con muy mala pinta en un vistazo inicial.
Kike la sube el primero sin pestañear, las coladas están secas y descascarilladas en algunos puntos, lo que hace que la trepada sea más segura de lo que parecía desde abajo.
Como hay varias posibilidades, primeramente, desde media altura de la rampa me aupo hasta un repecho que conduce a un túnel que corre en paralelo al río, cuando de pronto me encuentro con Marta saliendo de un agujero lateral a la izquierda. Viendo que el túnel se precipitaba de nuevo hacia el río por el otro extremo, hacia el Oeste, volvemos a descender todos -que ya nos habíamos reagrupado arriba- por este último paso, reptando incómodamente entre resquicios de bloques, que parece más seguro que el repecho, fácil de subir pero arriesgado de bajar.
Volvemos a subir por la colada como si no hubiera pasado nada, y tomamos la segunda opción, accediendo a otra galería alta que en dirección contraria, hacia el Este, vuelve a precipitarse hacia el río. Unos pasos atrás nos disponemos a trepar bloques buscando continuación hacia arriba y localizamos una cuerda de nudos antes de que bloques pueda justificar su plural.
Más arriba salimos de frente según nos deja la cuerda, ascendiendo hasta alcanzar una repisa con un ventanuco con una X negra hacia el Oeste que descartamos. Ratoneamos por los vericuetos alcanzando pasos aéreos que nos llevan a los techos de aquel barrio pero que no parecen ir a sacarnos de él.
Así que, de nuevo, volvemos a la zona de la cabecera de la cuerda, y, en la pared opuesta, nos colamos por una abertura que lleva la dirección de la galería de abajo.
A través de un estrecho paso sobrevolamos los pisos en los que antes estuvimos, y llegamos de nuevo a una cornisa que se precipita sobre el río. Trepamos, cambiamos de dirección, y continuamos ascendiendo escurriéndonos por las rendijas de los bloques.
Y por fin hemos alcanzado el tope. Al borde de una caída que se abre hacia el Oeste, en torno a una gruesa estalagmita, se halla una cinta para instalar una cuerda que ataje parte de toda esta vuelta, pues no hemos hecho sino ir ganando altura como si estuviéramos en una torre, escalando girando en sentido antihorario.
Paramos aquí a comer algo, junto a un curioso gour seco con perímetro poligonal.
Y marchamos hacia el Este, por una galería que promete formidables formaciones.
Enseguida nos encontramos un pasamanos ideal para una peli de Indiana Jones, y tras atravesarlo continuamos descendiendo en la misma dirección que llevábamos.
Alcanzamos una bonita zona con pozas, gours y muchas formaciones.
Al final la galería se estrecha y forma una rampa que se precipita al vacío. A juzgar por la decoración que se ve por abajo, sospechamos estar sobre la zona de los cortinajes, lo cual nos confirmaba que más adelante se hallaría la cuerda del nivel 3 que caía hacia el curso de agua principal, y que por tanto debíamos seguir en aquella dirección.
Como hay placas instaladas para montar un pasamanos, voy instalando la cuerda, terminando en una cornisa del lado derecho y sin ver más anclajes frente a mí. Podría seguir por la cornisa irregular, abandonando la cuerda, pero la continuación más allá no se ve clara. Desmontamos y volvemos para atrás, registrando bien la zona anterior para buscar un "by-pass", un camino alternativo que discurra hacia el Este esquivando aquel paso incierto.
De regreso nos llama la atención la coloración morada, posiblemente por la acción de una veta de magnesio, de un sector de formaciones al que no habíamos prestado atención a la ida.
Donde el pasamanos de Indiana Jones, pasando olímpicamente del mismo y bajando abajo, aparece una galería baja, con gours, tanto secos como llenos, con algunos barrizales enguarrados por los pisoteos y arrastres de los visitantes. La galería va laminándose y, tras girar lentamente, se dirige claramente hacia el Este, lo cual otorga esperanzas de que podría tratarse del by-pass que buscábamos (y que más tarde descubriremos que no existe). Pero termina cegándose.
Volvemos hacia atrás y descendemos hasta el río. Ahí aprovechamos para explorar la cuerda de nudos que nos habíamos dejado en ese nivel principal, junto al río. Esta cuerda sube por una rampa y conduce a una camarilla con otra cuerda y una escalera, y de ahí a un largo y recto túnel, estrecho y alto, salvo en su parte final donde se lamina ligeramente. Abundantes gours y formaciones. Suponemos que es el Nivel 2 (pero no, esto por lo visto es un nivel intermedio), que discurre por debajo de la zona que acabábamos de abandonar, pues en cierto punto las paredes cobraban un ligero tono morado, que podría venir de la misma veta de magnesio.
De nuevo abajo en el río, continuamos deshaciendo el camino hasta llegar a la cuerda para subir al Nivel 3. Como no habíamos logrado encontrar la continuación desde el otro lado, al menos subiremos por aquí.
Una vez arriba me dirijo primeramente hacia la derecha, donde atraen mi atención unas curiosas estalactitas entre dos pozas, y luego una corta cuerda de nudos para auparse hasta la parte de arriba. Al final de un breve recorrido hay un cordino doble alrededor de una columna para descender el pozo que se abre en el suelo y corta el paso. Tiro una cuerda y desciendo, pensando que podría haber más pozas con formaciones similares como las de más atrás.
Al llegar al fondo y echar un vistazo, no tardé en imaginar lo que iba a encontrar. Fui avanzando por la cornisa que volaba sobre una gran caída, hasta que no me quedó ninguna duda de que estaba en el pasamanos que descartamos cuando llegamos desde el otro lado.
De todas formas, si hubiésemos seguido en su momento, nos hubiéramos comido los mocos, pues no había cuerda instalada previamente para ascender. Aunque al regresar comprobé que la trepada era viable, gracias a las irregularidades de las paredes y la pudinga, en caso de necesidad se podría subir sin cuerda... pero sobretodo si tienes una pasada por el croll asegurándote.
Al regresar arriba, Marta venía de hacer una incursión interrumpida por la otra zona, y para allá que nos fuimos, por los ramales del Este. La otra zona era sin duda lo mejor de la cueva, allí donde se encontraban los espectáculos más curiosos de Fuentemolinos.
La larga galería, llegados a cierto punto, acumulaba tal profusión de excéntricas decorando techos y paredes, que me vino a la cabeza la Cueva del Muerto, incluso podría establecer un paralelismo espéleomístico entre el Paso de la Cárcel y el Paso del Paritorio. Pero lo más llamativo fueron los delgados suelos huecos y las plataformas de varios pisos que el nivel de las aguas había ido formando junto a las lagunillas.
Al final de la larga galería las formaciones que la atiborraban fueron despareciendo, dejando a la pudinga desnuda de nuevo, y el paso se fue comprimiendo por una serie de laminadores.
Estuvimos dentro unas 7 horas. Todos salimos contentos, encantados por la belleza de las formaciones y por la diversión de los recorridos y búsquedas.
La propuesta de esta cueva surgió tras una inconveniencia para realizar la cavidad que realmente estaba prevista inicialmente para esta fecha, y tras otras propuestas que no terminaban de satisfacer a todo el mundo. En este caso se puede decir que no hay bien que por mal no venga.


Clastos emergiendo de la pudinga, una característica de esta cueva

Avanzando por el río cuya galería va creciendo en altura



Gran colada en la galería principal





Formaciones tintadas de morado por el magnesio


La última poza del nivel 2 antes del pasamanos hacia el nivel 3. Tiene cierta profundidad y es necesario andarse con ojo si no te quieres dar un baño

El cómodo paso de la galería del nivel 2 se ve alterado por una caída sobre el nivel inferior que hay que salvar avanzando un trecho por una arriesgada cornisa, con un pasamanos de seguridad que está desmontado. A pocos metros al otro lado se halla el nivel 3

Arrecifes de gours coralinos

Bastoncillos

Por aquí hay que andar con cuidado para no destruir estos delgados suelos en forma de mesillas



Plataformas configuradas a lo largo de las variaciones del nivel del agua, en "el lago"