sábado, 20 de noviembre de 2010

Torquilla de Urrez


Participantes: Luis, Miguel y David
Climatología: Una rasca de tres pares de narices.
 
Llegamos a la zona donde supuestamente estaba la sima, sin saber su lugar exacto, pero rápidamente la encontramos, apenas bajar del coche. No tenía pérdida en medio de aquel páramo deforestado, muy cerca de donde el camino cambia de dirección al final del barranco.
El camino para llegar está bien al principio, luego aparecen baches y hondonadas inundadas con charcos de las lluvias recientes, y afloraciones pedregosas, pero nada grave. Tras encontrar la boca, volvimos rápidamente al coche antes de helarnos, y lo acercamos a una de las cabañas cercanas entre los robledales para resguardarnos del viento polar que soplaba.

Instalamos la cuerda haciendo fraccionamiento con pasamanos en la repisa inferior y pa' bajo.
La temperatura del interior de la cavidad era muy placentera, confortable, sobre todo en comparación con la superficie.

Fue una visita un tanto escasa, ya que al no conocer la cavidad ni sus recovecos, pasamos más tiempo buscando que recorriendo.
La gran sala de aterrizaje comunica con  otra grande en rampa, con cables de acero instalados para hacer más seguro el descenso. Dejando atrás las amplitudes enfilamos todo recto rumbo norte, hasta que advertí con mi brújula que la gatera por la que nos estábamos encajonando estaba derivando hacia el este, y según la topo, conduciría a un ramal ciego. Miguel se adelantó más, pero finalmente decidió retroceder ante mis continuas voces de que aquello se iba a cegar. Mal hecho pues consultando a posteriori, nos perdimos toparnos con La Sala de la Música, que andaría por aquellos recovecos.
Retrocedimos hasta encontrar el paso correcto, una estrechez que se pasaba mejor por arriba, por un ventanuco, y que conducía a través de un corto meandro seco hasta un pequeño pozo equipado con una escalera formada a base de cadenas.
Proseguimos entre los caos de bloques y perdimos un buen tiempo buscando la continuación hacia la Sala del Murciélago, que resultó ser un laminador descendente que habíamos descartado en el vistazo inicial por creer que se cegaría.
Descendiendo por el citado laminador alcanzamos un pequeño cauce de agua y enseguida la galería cobró grandes dimensiones, que aumentarían más aún más adelante.

El túnel se precipita al vacío, aumentando la sensación de enormidad, con grandes caídas de barro resbaladizo y rocas blandas. Observamos una bajada-tobogán por el centro, muy divertida si hubiera una piscina al final, pero pensamos que es mejor no arriesgarnos a partirnos los huesos, así que descendemos arrimados a la pared derecha, donde hay más afloraciones rocosas a las que agarrarse.
Tras otro subibaja por caos de bloques llegamos al final del sector de la inmensa galería, con una gran colada seca al frente y cristales de yeso a la izquierda. Tanteamos por lo alto sin hallar pasos, y descendiendo un pequeño resalte con una cinta anudada de ayuda, pero a continuación se abre un balcón con una gran caída sobre la zona siguiente, si había anclajes no los vi. Al lado una gatera descendente muy estrecha que descartamos.

Observando la topografía nos queda claro que hay que encontrar un paso bajo los caos de bloques, barajamos explorar algunos huecos, pero decidimos regresar, pues Luis había decidió volver hacia la salida tras encabronarse con una estrechez y con su carburera que iluminaba menos que una luciérnaga fotofóbica, además que yo empecé a sentir malestar, quizá hubiera cogido frío.

El exterior nos recibió con el mismo frío, tanto que la boca de la sima parecía exhalar vapores cálidos y termales. Pude observar divertido cómo Miguel salía envuelto en una nube de humo (vapor de agua) a causa del fuerte cambio térmico.

Quizá haya más adelante ocasión de volver a esta cavidad, y para esa ocasión ya sabremos lo que hay que hacer.


Bien, ya hemos localizado la entrada,
por cierto ¿hace algo de rasca, no?
¡Todos corriendo de nuevo al coche!



Ya estamos dentro, la temperatura del interior de la cueva nos reconforta y hace que nuestras orejillas coloradas vuelvan a su color normal.



 Esto es un anclaje, y lo demás son tonterías.



 Descendiendo ayudados por los cables de acero montados en la segunda sala de la cueva.



Saliendo de los meandros por la estrechez final hacia la escalera de cadenas.
¡Empuja, empuja! ¡Ya sale! Si es niño se llamará Miguel Ángel.



 Cristales de yeso al final de la Sala del Murciélago.



 Debo suponer que esto es el murciélago que da nombre a la Sala del Murciélago...



Remontando el tramo volado del pozo de salida.



La luz del exterior...



 Miguel echando humo en la subida.

sábado, 30 de octubre de 2010

Canal-Valle


Climatología: lluviosa
Fecha: 30 de Octubre de 2010
Participantes: José Manuel, José Luís, Miguel Ángel, David (Espéleo-romeros); y Pepe, Alicia, Azahara y Dani (Club Espeleológico Viana)



Curioseando por Internet, José Manuel encontró otro grupo que tenía pensado hacer la travesía el mismo fin de semana que nosotros, por lo que se puso en contacto con ellos para plantear la posibilidad de realizarla juntos en dos grupos, unos haciendo la travesía y otros entrando por Valle, en plan tranquilo y haciendo fotos.

Finalmente entramos juntos, pero todos por Canal.

Aparcamos los coches cerca de Canal, a unos 200 metros según el GPS, tras seguir una pista con algún que otro socavón muy delicado para los bajos de los coches.
La entrada estaba cerca en línea recta pero hubimos de dar un gran rodeo por no aventurarnos a las bravas por la ladera boscosa, aunque posteriormente José Manuel descubriría que la línea recta era perfectamente viable.
Canal se abre en una dolina de pronunciada pendiente destrepable fácilmente. En el interior más pequeños destrepes hasta llegar a una sucesión de gateras, siendo la última la más estrecha. La gatera más estrecha, lo cual no quiere decir que aquella fuera la mayor estrechez de la cavidad, aún quedaban por delante unos sinuosos y ajustados meandros un tanto trabajosos, sobre todo al desconocer cuánto tiempo más duraría aquello.
Tras unas pocas vueltas nos encontramos con una cuerda para descender sin mucha dificultad, y más adelante otro resalte un tanto peliagudo, donde era fácil encajonarse.
Inmediatamente después llegaríamos a la Sala del Libro, donde la gente apunta los datos de su entrada. Pero el libro estaba completamente inservible, convertido en pasta húmeda a causa de la humedad, a pesar de estar protegido dentro de una funda colgante.
Hasta aquí la ruta se me había hecho corta, pero habían pasado ni más ni menos que ¡¡¡DOS HORAS!!!
y es que si bien el recorrido no era muy largo, las continuas estrecheces suponían lentitud y tapones.
Desde la Sala del Libro -donde nos habíamos quedado- tomando hacia la derecha el túnel progresaba totalmente embarrado y muy resbaladizo hasta un laminador ahogado por el mismo reflujo del barrizal. No hubo que usar pala en aquella ocasión.
Llegamos a una sala con pequeñas pero bellas formaciones de textura de corteza de abedul, un pequeño respiro cómodo y amplio. Hacia la derecha abundan estas formaciones, pero nuestra ruta sigue por el ramal de la izquierda, y aquí empieza la jodienda, un laminador tras otro, generalmente con pedruscos en el suelo, cascarodillas. Los laminadores de la Gándara son de risa en comparación con estos.
Nuestras rodillas se regocijan al alcanzar la Sala de la Lluvia, amplia y con una ducha cayendo desde lo alto. Trepamos, destrepamos, volvemos a trepar, y tras abandonar esta sala, más laminadores, de nuevo a hincar rodillas y codos, o a andar como los gorilas en los tramos más agradecidos.
Cada vez abundan más las formaciones, una preciosa salita con un "arbolito" (estalagmita) en el centro y las paredes atiborradas de coladas y estalactitas, que supongo será La Capilla, y poco después un laminador de suelo cristalino, pulido, de gran belleza, también plagado de formaciones blancas.
Hasta ahora nos hemos topado con macarrones realmente largos, pero según vamos avanzando encontramos otros que superan a los anteriores.
Descendemos un resalte con cuerda, más formaciones, macarrones más largos aún, subimos, bajamos, giramos, trepamos, y alcanzamos una gran depresión con algunos tramos de ese barro resbaladizo que parece de una cochiquera, hasta alcanzar la Playa, el río.
Pepe, que va muerto de sed, avisa que nadie ensucie el agua antes de rellenar las botellas.
Junto al río realizamos la segunda y última pausa para tomar unos refrigerios, y nos disponemos a chapotear.
La corriente se divide y tomamos por la izquierda, pasando sobre islotes de cantos rodados, hasta llegar a un laminador donde toca mojarse. De frente otro laminador aún más estrecho por el que pasa el agua, giramos a la derecha esquivándolo, y proseguimos por cómodos túneles.
El paseo por el río es comodísimo, amplias galerías, poca profundidad, y coladas y formaciones sin cesar.
Sólo cuando alcancemos los caos de bloques, donde debemos abandonar el cauce la cosa se complica, sobre todo para buscar el camino correcto entre los derrubios.
En cierto tramo Pepe se encuentra bajo sus pies con una anguila nadando por las aguas, es curioso que se haya adentrado hasta estas profundidades.
El río, como digo es bastante cómodo, sólo en un tramo hay que mojarse por encima de la cintura.
En otro punto, tras trepar y destrepar esquivando un sifonamiento, nos encontramos una zona de gran profundidad, pero que puede vadearse avanzando pegado a la pared derecha.
En cierto momento aparecieron unas luces frente a nosotros ¿otro grupo de espéleo? que fueron seguidas de flashazos. ¡Nos estaban haciendo fotos!
Nos estaban esperando. Al principio pensé que se habían metido en la cueva, y es que era de noche, y hasta que no miré a lo alto y vi las sombras de los árboles recortándose con la negrura de un cielo estrellado no caí en que ya estábamos fuera.
Tardamos unas 8 horas y media en hacer la travesía.
Resumen de la cavidad: Los primeros tramos son los más difíciles por las estrecheces; la parte media es una jodienda de arrastrarse por laminadores, por lo que las rodilleras son muy recomendables (y si no que se lo digan a quienes no las llevaban), el resto es muy cómodo con alguna complicación en los caos de bloques.
Toda la travesía está instalada, muchas de las cuerdas tienen roces, no muy graves, pero conviene tenerlo en cuenta. Abundantes formaciones en las zonas medias y finales.
Mencionar un paso por una cornisa alta barrosa muy arriesgado, en los tramos finales, donde hay que progresar reptando y clavando bien los codos a la vez que horadamos un raíl de agarre para no precipitarnos al vacío, pues la cornisa además de muy resbaladiza tiene una ligera inclinación hacia el pozo que rodea. Analizado a posteriori fue el paso más peligroso de la travesía, un pequeño fallo de adherencia y te vas...


El día anterior, visitando la entrada de
Valle, apareció una pintura rupestre


La boca de Canal


Pepe tragado por la gatera más estrecha de la travesía

Aquí está el auténtico paso más estrecho (que no es gatera)


La Sala del Libro, también conocida como sala de la pasta de papel mojado


La bota de Aladino

Laminadores pedregosos

Accediendo a la Sala de la Lluvia

Un caballito de mar (sí, hay que echarle mucha imaginación)


¿La Capilla?


Laminador de suelo pulido


Largos macarrones

Montañita

Macarrones más largos aún que los largos macarrones

Las anguilas también hacen espéleo


Aquí hay que bañarse... pero porque queremos eh


Con un río así da gusto pasear


Tubérculos cavernícolas


Ojo, que hay una poza oculta en este paso.

Desde Canal hasta Valle vengo por toda la orilla...

sábado, 31 de julio de 2010

Cueva de la Gándara


Participantes: Luís, Alfonso, José Manuel, Kike, Miguel y David
Día: 30 de Julio de 2010
Climatología: Soleado.



Mientras en la mayor parte de España las temperaturas estaban al rojo vivo, por el norte de Burgos a la tarde corría una rasca y unas brumas que te hacían pensar que habías cambiado de estación repentinamente.

Así nos amaneció en Ogarrio al día siguiente, entre nieblas que se fueron levantando con el sol hasta dar paso a un día soleado.
Tras una noche movidita en Casa Tomás debido a dos confusiones a altas horas de la noche con las habitaciones y el chalet que habíamos reservado, nos dirigimos con la furgo hacia La Gándara, remontando el valle del Asón. Debía de haberse organizado una marcha ciclista por parte de varios clubs locales, a juzgar por la de escaladores de dos ruedas que nos fuimos encontrando durante toda la subida.
Aparcamos y nos dirigimos durante una corta pero calurosa ascensión hasta la boca, un pequeño agujero del que salía una corriente de aire gélido que se notaba desde algunos metros antes de llegar a ver la entrada.





El agujero es una desobstrucción que conduce hacia una gran sala en rampa descendente que termina en un pozo, al fondo del cual dicen que se hallan los restos de un oso.


Bordeamos el pozo por el pasamanos montado y continuamos por la gran galería que continuaba al otro lado, un enorme meandro zigzageante con subibajas y zonas embarradas.

En pocos minutos alcanzamos una gran bifurcación y tiramos hacia la derecha, entre formaciones y manantiales.


Tanto Miguel como José Manuel y Kike ya habían estado en esta zona de La Gándara, de modo que el progreso era rápido y sin dudas.
Poco después llegaríamos al famoso laminador, unos 500 metros de galería en zigzag que salvo en escasos puntos, te obliga a andar a gatas, arrastrándote, o al modo de los gorilas, que sin duda es el método más rápido. Lo engorroso de esta zona es el peso de las sacas.

Tras el laminador, galerías de tamaño mediano y pequeño con abundantes formaciones blancas.


Más adelante llegaríamos a La Diaclasa vertical. Según los que ya la conocían, había sido desobstruída recientemente, eliminando la dificultad del estrecho paso que antes tenía.
Por lo tanto la bajada fue fácil. Abajo nos arrastramos por una gatera que realiza un recorrido en U y nos deja unos metros más abajo del pozo que se abría junto a La Diaclasa.
En ese punto la mayor parte del grupo se despide, y proseguimos Miguel y yo (David) solos, descendiendo un pozo dividido en dos tramos, cada uno de ellos con un desviador, y montado con dos cuerdas independientes.

Abajo continuamos, descendiendo de vez en cuando pequeños tramos de cuerda, hasta alcanzar la gran sala de la cascada, las tinieblas. El aire está cargado de partículas y la visibilidad a larga distancia se reduce drásticamente, es como una niebla dentro de la cueva.
Descendemos una gran rampa húmeda ayudados en la parte media por una cuerda de seguridad montada.
La cascada resuena constantemente, pero sólo es visible al acercarnos, o poniendo los frontales a máxima potencia.
Miguel enciende toda la verbena de linternas que lleva incrustadas en el casco y podemos contemplar la inmensidad del paredón sobre el que vierte la cascada.
Rodeamos la zona aproximándonos al costado izquierdo de la base de la cascada, chorrea agua por todas partes. Un poco más arriba existe un pequeño balcón donde crecen formaciones excéntricas muy finas. Como hilillos, extendiéndose como raíces peinadas por el viento.






Al lado mismo del balcón se abre una agujero que desciende por una resbaladiza rampa hasta una gran galería. Esta galería era un caos de bloques polvorientos, las menos de las veces cómoda por lechos arenosos, y las otras intrincada entre bloques y lajas. En cierto tramo una lámina desprendida había quedado apoyada entre un bloque y una cornisa de la pared, formando un curioso portal.

Más adelante la galería se abre hacia la izquierda: un balcón que vierte a un abismo cuyo fondo apenas pudimos distinguir, y es que la aproximación al borde tampoco era muy segura. Había colocados un par de spits y una placa, aunque la roca sobre la que estaban no parecía muy fiable. Veníamos preparados para la posibilidad de descender, pero al final la descartamos.
Más adelante por la galería se abría otro balcón, ésta vez a mano derecha, con una instalación de spits vieja. Era la misma galería inferior de antes, ahora más visible su fondo, por el que discurría una corriente de agua.
Pasamos de largo hasta llegar al final de la gran galería que estábamos siguiendo, hasta que llegó a obstruirse. Inspeccionamos la zona trepando por los vericuetos de los bloques localizando dos posibles continuaciones desde las que venía algo de fresquillo: una estrecha gatera de boca en forma de gajo vertical que descartamos, y un laminador descendente por el que intenté bajar por empotramiento, pero aborté a la mitad al ver que las paredes se ensanchaban demasiado y que me había ido a lo bruto hacia la zona mala, quedándome apoyado peligrosamente con un pie en una laja con pinta de desprenderse en cualquier momento.
Acabé agotado tratando de recular hacia arriba, y Miguel me ayudó izándome del brazo en el último tramo.
Se me quitaron las ganas de volver a probar por la zona mejor que había visto desde abajo, y Miguel tampoco se animó, así que dedicimos darnos la vuelta.
Había más agujeros con posibilidades, y la continuación estaría por alguno de ellos.
Regresamos a piñón fijo, tardando dos horas en salir al exterior. Dentro de la cueva habíamos estado 5 horas y media.
Al salir llamamos a los demás para que volvieran a recogernos, dando por hecho que ya se estarían duchando, pero ninguno respondía al móvil.
Bajamos al aparcamiento y nos encontramos allí a José Manuel y la furgoneta que no se había movido del sitio. Resulta que los demás habían salido una hora antes pero se habían entretenido yendo a visitar la Cueva de los Santos, que quedaba allí cerca, y donde esperaban encontrar unas pinturas primitivas.

sábado, 26 de junio de 2010

Cueva de Perilde



Climatología: Soleado y caluroso con tiempo cambiante a tormentoso.
Participantes: José Luis, José Manuel, Miguel y David.



La boca de Perilde se encuentra en medio de unos prados cercados multipropiedad de los ganaderos de la zona.
Existen varias otras cuevas cercanas, como la cueva Albia y otra cuyo acceso actualmente ha sido cerrado por la losa de cimentación de una caseta de bombeo de agua para abastecer al pueblo de Mijala.

Dejamos el coche en una cuneta de la carretera y pasamos a los prados. Aproximadamente a un kilómetro se encuentra la entrada, en una afloración rocosa que cierra el curso de una depresión arbolada. Lo que fue un cauce de agua está prácticamente seco, con algunas surgencias acuosas formando charcos, y sólo al penetrar en la cueva el agua empieza a correr. No sin antes descender un par de resaltes, aterrizando en la primera laguna con una bella colada blanca.

Los meandros son amplios y cómodos en los primeros tramos, con algunos estrechamientos en forma de ventanucos o curiosas represas en forma de medio cáliz.

En cierto punto en río se despeña hacia la derecha, y nos introducimos por un boquete a la izquierda, accediendo a unas pequeñas cámaras que desembocan en otra sala de gran tamaño. Descendemos hasta el fondo de un curso seco, pasamos un pasamanos de seguridad por encima del río, y descendemos de nuevo para retomarlo.

Más adelante los meandros comienzan a estrecharse, y varias flechas pintadas en negro señalan vías aéreas para sortear esta zona por lo alto. Aunque tal como estaba el nivel del agua bien se podía pasar también por las estrecheces de abajo, llevando neopreno naturalmente.

La cosa se pone cada vez más estrecha, hasta tal punto que José Manuel se queda atrás por las dificultades para pasar. Continuamos los otros tres.
Aparece un pasamanos para esquivar un resalte gatera que luego desciende por una cuerda. Dos pasan por ahí y otro por el resalte.
Más adelante una cuerda corta terminada en dos estribos para sortear otro resalte enganchando los pies.
El meandro continua con estrecheces, y no tenemos idea de lo que nos falta para llegar al lago verde, pero en cierto punto decidimos darnos media vuelta previendo el tiempo que nos va a llevar salir todos.

Salí el primero y una ráfaga de aire caliente y soleado me recibió. Detrás llegó Miguel y el aire se estaba enfriando. Cuando salieron los Joses se estaba nublando, y al poco empezó a llover.

Estuvimos dentro unas 8 horas.

Por la noche nos cenamos unos estupendos asados de cordero y cochinillo en el bar Moreno de Quincoces de Yuso, y luego nos tomamos unas copillas en otro bar donde una cuadrilla organizaba un bingo.

El trayecto estaba perfectamente montado, luego sobraron nuestras cuerdas. La mayor parte de los montajes tenían roces difícilmente evitables, pero las cuerdas estaban en muy buen estado, quizá porque los roces se producían sobre roca pulida. Algunos pasamanos eran prescindibles, aunque supongo que están para esquivar pozas profundas y poder hacer la travesía sin neopreno completo; los restantes básicamente quitamiedos, para salvar grandes caídas sin que te tiemblen las piernas.
En cualquier caso, hasta donde llegamos el recorrido era mucho más fácil y seguro que los meandros de Mataasnos.


En la boca de Perilde. ¡A enfundarse los neoprenos!


La colada blanca tras los primeros resaltes.


Aquí José Manuel decidió que "¡No cabo, mi quepo!"


Tomando unos refrigerios al regreso, en una playita, antes
de estrangularnos los brazos ascendiendo con los neoprenos.

sábado, 24 de abril de 2010

Cueva del Vecino


Participantes: Enrique, Kike, José Luis, José Manuel, Miguel, Sarah, Alfonso y Luís.


Una mañana de Abril, cuando los cerdos revoloteaban de flor en flor y las mariposas comían apaciblemente sus bellotas, el grupo de espéleo A.D.E.R., tras largos años para poder explorar la Cueva del Vecino, por fin tuvo el momento.
Eran las 10h de la mañana y después de haber desayunado suave en la casa rural donde estábamos alojados, nos encontramos ya en la puerta de la cueva que el vecino había tapiado con cemento y rasillones, debido a los problemas que le daba la humedad que salía de allí.

Sin más dilación, con cincel y maza en mano, José Luís, bastante motivado, empezó a hacer hueco. No costó mucho ya que era una pared de rasillón revocada con cemento que se rompía fácilmente.
Terminado el boquete y estando con el mono preparado, me dispongo para hacer los honores y entrar para desvelar sus secretos.
Después de pasar el hueco de entrada, una pequeña estancia en la que se encuentran restos de maderas podridas, algún bote de plástico, una rueda de coche, etc. En el lado frente izquierdo una gatera descendente bastante estrecha me hace que mire otras posibilidades, y desciendo entre unos bloques por la derecha hasta una gatera que da a un paso casi vertical y algo estrecho en el que decido poner una cuerda anclada a un bloque, pensando en facilitar posteriormente la subida.
Después de descender este paso, de unos 3 a 4 metros de profundidad, sin mayor problema, una gatera horizontal da paso a la galería principal, aunque no tiene altura y tienes que ir reptando. Ésta comunica con la otra gatera descendente que no bajé por ser bastante estrecha.
Iba seguido de José Luís y dando información de que bajaran algo de material, aparte de la maza y el cincel, ya que por las dimensiones estrechas que iba viendo parecía que se podía cerrar la galería en cualquier momento.
Continúo agachado y voy descubriendo en esta galería muchas formaciones de estalactitas y estalagmitas, además de blancos macarrones que despiertan esperanzas de ser una buena cueva. También encuentro algunas huellas de alguien que ha estado antes por aquí y fue haciendo camino por algunos sitios. Aunque en general estaba muy poco pisada, y se notaba que hacía mucho tiempo que no había entrado nadie. Se podría decir que era una cueva prácticamente virgen.
Llamo a José Luís para informar de lo que voy viendo e invite a los demás a que vean la cantidad de formaciones que hay en la galería. Seguimos los dos hacia adentro y pasamos por otra gatera entre cuyas formaciones, que como he dicho anteriormente, alguien con cuidado había abierto paso.
Y llegamos a una pequeña sala donde a mano izquierda a ras de suelo había una gatera que comunicaba con el mismo sitio de donde veníamos. Pero además, pude ver algo en el suelo ciertamente curioso, que no supimos que podría ser, era como una cola de pelillos que salían del suelo, de unos 15cm. de largo aproximadamente, que estaban como electrizados. Alguno comentó que podría ser algún tipo de hongo.
Continuamos por la galería y seguimos viendo bonitas formaciones de estalactitas, estalagmitas y macarrones muy blancos donde destacaba uno de 1,20m de largo.
Atravesamos entre las formaciones con sumo cuidado para no romperlas y terminamos unos 20m más allá en otra pequeña sala en la que comprobamos por todos los sitios posibles que no había continuación alguna. Otra gatera que también había sido forzada entre formaciones que daba paso a dos pequeñas salitas también con bonitas concreciones, en las que no encontramos continuación posible.
Decidimos esperar en la sala anterior de las gateras a los demás y compartir lo que habíamos visto. Aprovechando las formaciones de la cueva, Luís estuvo como de costumbre documentando con fotos lo más representativo de estas galerias. Decidimos volver a comprobar la parte final de la galería principal por si encontrásemos algún sitio por donde seguir, pero después de intentar desobstruir una gatera al final de la galería, y viendo la dificultad que tenía y las pocas posibilidades del otro lado y después de haber tirado alguna foto metiendo el brazo en la mínima gatera y comprobar que no parecía haber una buena sala o galería, decidimos volver hacia la salida muy a pesar nuestro y dando por finalizada la exploración de esta bonita y pequeña cavidad, en la que seguramente todos teníamos la ilusión de que nos hubiera ofrecido algo más.
(por Miguel)








sábado, 6 de marzo de 2010

Cueva de la Autopista


Climatología: nublado y fresco
Participantes: José Manuel, Miguel, Luis, Kike y David



Habiendo visto la completa página de Miguel Guerrero y José Lull sobre la Cueva de la Autopista, la teníamos apuntada desde hace tiempo para hacer una visita.

Salimos de Madrid a las 7:30 sorprendiéndonos encontrar una ligera nevada en la periferia y durante parte del camino hasta Valencia donde el cielo se calmó.
Debido a que no repasamos bien la información que habíamos leído hace tiempo sobre la cueva, nos costó dar con el paso de la autopista. Llegamos primeramente a la Urbanización Monterreal, divisando el paso y la cueva desde distintos miradores. El problema era la fuerte pendiente que se interponía, y la confusión sobre por dónde pasar estando todo cercado por chalets y verjas.
Preguntamos a un policía local que nos dió algunos datos basándose en dónde él había visto que la gente aparcaba los coches, algo desconcertantes cuando añadió que desde uno de los aparcamientos bajaban con cuerdas. Sin verlo muy claro, por el cerco de propiedades privadas, acabamos cruzando por otro lado hasta unas canteras. Nuevas fincas, prohibido el paso. Regreso, y tanteo de otras vías.
Finalmente aparcamos junto al Cristo, y ladera a través alcanzamos el paso de la autopista y la boca de la cueva, y de paso ubicamos un lugar mejor donde aparcar los coches, junto a un chalet abandonado, cuya finca abierta constituía el único paso abierto en la barrera de propiedades de la Urbanización Monterreal... un paso que obviamos al principio.
Por tanto entramos tarde, sobre las 3 de la tarde.
Deambulamos como bien pudimos y nos agotamos rápidamente explorando ratoneras.
Las cámaras más externas de la cavidad son muy peligrosas, y no por la dificultad, sino por la inestabilidad de los bloques del techo, fracturados a causa del dinamitado de la montaña para el paso de la autopista AP-7. Muchos fragmentos parece que pueden desplomarse en cualquier momento. Más aún cuando cada vez que pasa un vehículo por la carretera puedes escuchar las vibraciones.
Dentro, la temperatura era templada, degenerando en calor a nada que te movieras.
Más agradables eran las zonas húmedas, con formaciones y charcos.
Decididamente lo hicimos muy mal. Estuvimos dentro unas 3 horas, aunque en ningún momento nos perdimos gracias a que el avance se realizó progresivamente y con retaguardia. Uno se adelantaba a explorar por un recodo mientras los demás se quedaban atrás o tanteaban otro, encontrándonos en varias ocasiones por la luz o las voces tras unas confusas vueltas, cerrando circuitos tras vueltas a la deriva.
La cueva posee preciosas formaciones según las fotografías de la página citada al principio, pero no las vimos. Están diseminadas en cámaras repartidas en un enmarañado laberinto de túneles polvorientos, subibajas, un queso gruyere donde a cada paso se abren posibilidades inabarcables en un sólo día si no conoces la cueva.
A veces se hacía cargante la respiración por el polvo levantado y porque aún tenemos un espeléologo clásico alumbrándose con carburo.
José Manuel había contactado con Miguel Guerrero, que se ofreció a guiarnos, pero el día escogido coincidió precisamente con su exposición de fotografías sobre la misma Cueva de la Autopista.
Es una cueva divertida de recorrer para los amantes de los laberintos tridimensionales, y a la vez agotadora.
Está llena de marcas reflectantes, etiquetas de topografía, y cordeles, lo cual es una gran ayuda para encontrar la salida en caso de desorientación.