sábado, 1 de agosto de 2009

Sumidero de Mata Asnos

Participantes: Miguel, José Luis y David.
Climatología: Sol y viento fresco. A la salida nublándose y de camino de regreso empezaría a llover
Tiempo: 7 horas

Antes de tirar para la boca, nos detuvimos en Solán de Cabras a aprovisionarnos de calorías con sendos bocatas, con un pan húmedo y blanducho (la camarera se disculpó con que no había llegado aún el panadero) pero un tomate y carne riquísimos.

Y al poco estábamos ante la misma entrada de la boca. Muy cerca nos topamos con otra sima, que dejamos para la salida, si hubieren ganas... pero no las hubo.

El río estaba seco, con algo de agua estancada a las puertas de la boca, de la que empezaron a salir nubes de mosquitos. En lo que Miguel montaba, directamente hacia abajo, sin tomar el rodeo del pasamanos, los mosquitos se fueron largando.
La verdad es que cuando ves la ruta que hace el pasamanos subiéndose por las paredes, uno se queda un poco perplejo. Supongo que está pensado para cuando el río vaya cargado vertiendo agua sobre la vertical de la vía directa, o para hacer prácticas.

Tras una repisa con pozas, descendemos el trecho restante hasta el fondo, de gran altura, que pronto se convierte en un embudo: las galerías angostas de los meandros. Por aquí se acumula gran cantidad de restos orgánicos arrastrados por el agua, incluso enormes troncos de árboles empotrados en los sinuosos meandros. El aire es pestilente por la materia en descomposición y el agua estancada.

El meandro discurría a veces estrecho y otras... más estrecho aún. A la ida fuimos esquivando el agua subiendo y bajando por las partes altas del meandro, que unas veces facilitaban agarres más o menos seguros y otras requerían apoyarse con cuidado por la resbaladiza roca. En general, el nivel del agua no superaba los muslos, escogiendo la zona donde pisar, pero también había marmitas más profundas.
Ciertos tramos se pasan con pasamanos instalados en fijo, con doble o triple cuerda, alguna deshilachada y otra directamente rota. Justo después del último pasamanos sobre un doble marmitón alcanzamos el pozo de 10 metros, donde no había cuerda instalada. Dudamos si nos llegaría con nuestra cuerda suplementaria de 15, y llegó hasta la siguiente repisa donde ya sí que había cuerda.
Aterrizamos en una sección de gran altura con varios pisos intercalados entre los que se filtra agua limpia que se estanca en pequeños gours y pule y lustra las modestas formaciones. Y ya estamos al pie del último pozo, el P20. Desde las alturas se precipitan enormes coladas que el flash de la cámara de fotos apenas pudo sino insinuar debido al tamaño de ese espacio y las gotitas de agua enturbiando la atmósfera.
Tras algunas correcciones en el montaje para evitar los roces de la cuerda, llegamos abajo, donde se formaba un laguito y caía un chorrito de agua, una ducha salpicona, desde las alturas.

Desde aquí se abren varios ramales: uno que asciende y pronto se ciega, con un laminador a la derecha que también se volvió impenetrable; la galería fósil y la del río.

Nos quitamos los arneses y la chatarra y seguimos primeramente la galería fósil, de gran amplitud y comodidad en comparación con los meandros sinuosos que hasta ahora habíamos salvado. Grandes túneles en los que crecen formaciones formando colonias, su color blanco contrasta con el color terroso-arcilloso de las galerías. Estos grandes espacios a veces se comprimen por laminadores por los que hay que reptar pringándose de barro resbaladizo. La sucesión de grandes espacios parece terminar al poco tras un último laminador que desemboca en una amplia sala que se figura como el interior del cascarón de un barco.

Regresamos al pie del P20 y entramos por el ramal del río, que rápidamente se vuelve amplio y cómodo, un caos de bloques a veces, hasta llegar a un destrepe en el que nuevamente aparece el agua y hay que avanzar por los techos. Tras un pequeño tramo aéreo, vuelve la comodidad y aparece una preciosa fuente de gours. Quedaba un poco más hasta el sifón terminal, pero aquí nos dimos media vuelta.

De regreso, dejado atrás el último pasamanos, en un tramo sin complicaciones, José Luis sufrió un resbalón que le hizo precipitarse un par de metros. El daño más grave se lo llevó un hombro que se salió y volvió a entrar, lo que le impidió utilizar el brazo derecho. Aun así, se sobrepuso a la conmoción y tiramos hacia la salida sin dilaciones y a buen ritmo, esta vez con menos miramientos en mojarnos y evitando todas las trepadas posibles. Miguel iba delante por si había que tirar y yo detrás para empujar, aunque Jose se apañó por sí mismo en prácticamente todos los obstáculos.

Ya en Madrid Miguel le llevó al hospital. Le han puesto un cabestrillo para un par de días, por lo que afortunadamente la luxación no fue grave.

En resumen: es una cavidad difícil, por la necesidad de atención constante que requiere el paso de los meandros. Agilidad, estrategia, algo de fuerza y cuidado de dónde pones los pies y las manos.
Si no te importa mojarte la dificultad decrece, pero pasarás mucho frío. Nosotros ya empezábamos a tenerlo en las pausas ante los pozos a la ida sin apenas habernos calado más que puntualmente.
La boca del sumidero, tragándose el cauce del río, que en este caso iba seco

Al pie de la boca, tan sólo quedan unas marmitas con agua

Descendiendo por la boca, una vez ahuyentados los mosquitos, directamente,con un desviador un poco más abajo para evitar el roce, sin usar el pasamanos

Los primeros tramos del meandro repletos de restos orgánicos putrescentes

Avanzando por los meandros

Hacia el P20, zona con pulidas formaciones y emanaciones de agua limpia

Descendiendo el P20

Formaciones blancas en la galería fósil

La sala del cascarón del barco al final de la galería fósil

La fuente de los gours

Ruta hasta la boca, según las indicaciones del Club SECJA

Más fotos AQUÍ

sábado, 11 de julio de 2009

Travesía Rubicera-Mortero de Astrana


Participantes: José Manuel, Luis, Alfonso, Kike, Miguel, José Luis y David.
Fecha: 11 de Julio de 2009
Climatología: Soleado y altas temperaturas

El día anterior nos acercamos José Manuel, Kike y yo (David) a la enorme boca del Mortero para dejar montada la salida.

El Sábado, entre pitos y flautas, llevar un coche al Mortero, llegar hasta la boca de la Rubicera (hora y 10 minutos), nos dieron las 12:00. Para llegar a la boca hay que descender dos canales de gran verticalidad, siendo a mi juicio la primera la más peligrosa por las zonas de hierba y la segunda (montada con cuerda) la más fácil al consistir la máxima verticalidad en un escarpe de roca con agarres y escalones.

Planteamos dos equipos, el A, que haría la travesía completa, y el B que se daría la vuelta en el P31 (Pozo del Chocolate). A última hora surgió el equipo C: José Manuel, que se dio la vuelta en la Licuadora al encontrarse mal.

Como documentación llevábamos los croquis del Grupo de Espeleología Geológicas (GEG).

Los primeros pasos en la cueva no son demasiado complicados: se asciende por una rampa resbaladiza con huellas talladas en el barro hasta desembocar en una sala enorme de grandes bloques, en la que progresando hacia el fondo y siguiendo el sonido del agua, se alcanza el hoyo donde se abre el "Paso de la Licuadora", junto a una caída de agua.

Este paso es una sucesión de gateras verticales y en rampa de escasa dificultad, tiene agarres y holgura suficiente para constituciones dentro de lo razonable. Asusta más el nombre que la realidad.

Una vez abajo hay que tomar a mano izquierda, donde las galerías se ramifican. Aquí nos dispersamos cada cual buscando por un ramalillo, para reencontrarnos al otro lado en la buena dirección. Siguiendo las indicaciones del croquis avanzamos sin problemas por gateras y túneles subibaja hasta un destrepe con una cuerda blanquirroja, donde nos equivocamos y continuamos hacia abajo, en lugar de meternos por la gatera de la izquierda.
Otro gran despiste fue poco antes de alcanzar el P31, en una bifurcación previa a la gatera que da a dicho pozo, tomamos de entre los dos grandes ramales, por el de la izquierda, que continuaba por una amplia galería ascendente, cuando tuvimos que retroceder para tomar por la derecha, que pronto se cegaba ofreciendo como única continuación la gatera hasta el P31.

Habíamos tardado 2:30 horas en llegar hasta aquí. Nos colocamos los aparatos y los grupos se separaron. Por un olvido, el grupo B no se llevó una de las dos copias del croquis que llevábamos, lo que les ocasionó unos cuantos problemas durante el regreso.
En la gran sala encima del Paso de la Licuadora estuvieron deambulando un buen rato antes de dar con la salida, a pesar de que ya conocíamos la experiencia de otros espeleólogos, incluso de algunos de este mismo grupo. La salida parece muy obvia al ir, pero al regresar cuesta dar con ella.

Los del grupo A descendimos el pozo y continuamos por la galería de la plancha, un tejadillo triangular con formaciones y suelo perfectamente plano y pulido, que se iba aplanchando cada vez más y más hasta llevarnos a dudar si realmente era el camino. En un momento dado tomamos una desviación señalizada hacia la izquierda, haciendo una "z" para desembocar en una galería mucho más amplia en dirección paralela a la que llevábamos. Ésta desembocaba en un resalte desde el que empezaba a escucharse el sonido del agua. Descendemos entre los huecos de las rocas y alcanzamos el río, donde repostamos agua.

Avanzamos por el río con escarpines, más que suficiente. La mayor parte de los tramos profundos son salvables por repisas superiores, y los que no, lo máximo que llega a cubrir es hasta los muslos. El agua está muy fría pero llevando los pies protegidos se aguanta sin problemas.
El trayecto del río destaca por sus perfiles de "aletas de tiburón" y el contraste de rocas negras y claras ligeramente amarillentas, dando texturas leopardinas.

Con ciertas dudas sobre dónde deberíamos abandonar el río, debido a que fueron varios los tramos en los que éste parecía obstruirse y era necesario bordear bloques precipitados sobre el cauce, llegamos a donde claramente era imposible seguir por él. Tomamos entonces la "Vía Real" que se abría a la izquierda, con una sección regular: una galería medianamente alta y estrecha, con unos recovecos bajos laterales donde crecían formaciones en hilera.

Más adelante las paredes se vuelven "leopardas", una textura preciosa formada por tonos blancos, manchas oscuras y puntitos de arcilla rellenando oquedades. Estos corredores son un tanto laberínticos, con quiebros, estrechamientos, ampliaciones y destrepes.

Y en poco tiempo volvemos a toparnos con el Rubicera, esta vez formado un laguillo que cubre demasiado. Pero no hace falta meterse en el agua, se puede avanzar en paralelo por una repisa a la izquierda que gana altura. Si continuamos esta repisa hasta el final, saltando de un lado a otro un par de veces, llegamos a la cascada... un punto muerto que se precipita al abismo. Antes de llegar ahí, cuando la repisa se comprime demasiado contra el techo, a mano izquierda se abre una gatera muy estrecha que a primera vista parece cegarse. Hay que introducirse para comprobar que continúa. Es un paso sin dificultad pero incómodo, "tocapelotas", toca arrastrase tirando de las sacas un trecho hasta desembocar en una terraza sobre el P80 donde está montada la cabecera del "Paso de la Araña": se trata de un pasamanos con un tramo en comba en el que hay que usar descendedor y cambiar luego a puño, pero en la medida de que en el punto de cambio haces pie en un resalte, la maniobra no entraña ninguna dificultad.

La travesía prosigue por una serie de galerías estrechas con formaciones, incómodas, de arrastrarse y tirar de la saca, hasta desembocar en la amplia "Sala de Espera", a la que cae una cuerda montada (P20). Podemos ponernos de pie de nuevo. Arriba cambia radicalmente la textura de las paredes, como si hubiéramos pasado a otro nivel en un videojuego. Pasadizos estrechos y de gran altura, erosionados, formando lengüetas, y con paramentos "tatuados".

Algunas trepadas más con cuerdas montadas y llegamos a "La Encrucijada" donde se encuentra el Cocodrilo. Aquí vacilamos un rato sobre cuál sería la continuación correcta: la boca del cocodrilo, hay que descender por sus fauces. Tomamos por ahí y por lo visto subimos demasiado por lo que tuvimos que descender, cada cual de una forma diferente: uno pasando empotrado sobre una peligrosa altura, otro con un salto hacia otra plataforma tras el cual se hizo añicos la cornisa inestable desde la que saltó, y el tercero se tuvo que dar la vuelta al haber desaparecido dicha cornisa.
El caso es que enseguida encontramos la siguiente cuerda, que nos indicaba que íbamos por el buen camino.
Subimos, bajamos, y llegamos por fin al río del Mortero. Nos ponemos los neoprenos al amparo del recoveco de aterrizaje de la última cuerda (de nudos), pues por la galería del río corría un viento gélido.
Hacia la izquierda el río cubre poco, y en pocos metros se precipita al Gran pozo de 178 metros, los cuales no se aprecian ocultos por la oscuridad, el agua espolvoreadas en el aire, y las subcornisas. Por una estrecha galería al fondo se progresa hacia los montajes para descender... pero como no habían venido ni Rita ni el Tato, nadie lo descendió.

Hacia la derecha el río adquiere profundidad formando un lago en el que hay que nadar unos pocos tramos, con cuidado de no dejarte las rodillas en los bolondrios de roca sumergidos; el agua está tan fría que tenemos que sacar las manos fuera enseguida.

Hasta aquí íbamos relativamente bien de fuerzas, pero el llegar a las marmitas fue nuestro fin. Hay que superarlas por una serie de tirolinas aéreas a base de cabo corto y puño, a fuerza bruta. Y, embutidos en los neoprenos, apenas nos llegaba riego a los brazos, se nos hacía titánico el esfuerzo. Y tanto es así, que superados los dos tramos, el agua de las pozas no estaba tan fría, y más bien servía de alivio para reactivar la circulación de la sangre.
Consejo: Al llegar a esta zona, QUITARSE LA CHAQUETILLA DEL NEOPRENO. Ya no hará falta, o incluso no está de más quitarse el neopreno entero antes de las tirolinas. Lo que queda no es más profundo que el paso del Rubicera. (El problema es que no hay un lugar seco donde cambiarse cómodamente)

Pasamos bajo la cascada, que apenas llevaba agua, y bordeando por la izquierda ascendemos abandonando el río. Por un par de agujeros alcanzamos una colosal sala superior como una montaña de bloques que se precipita desde las alturas. El anfiteatro. Los otros dos se quitaron aquí los neoprenos, yo sólo la chaquetilla, y en lo que se entretenían yo ensayé un espectáculo de sombras chinescas terroríficas en la pared del anfiteatro (jeje).

Seguimos por unos túneles donde volvimos a despistarnos ascendiendo por una resbaladiza rampa que luego tocó bajar otra vez.
Retrocedimos hasta tomar el túnel que se abría poco antes a la izquierda, y por el buen camino alcanzamos otra gran sala cerrada a la derecha por un paredón continuo en rampa que caía desde las alturas. Bordeando el paredón se llega a una canal que se puede trepar a las malas, o salvar usando las cuerdas que hay montadas.

Y llegamos al agujero soplador, por el que como su nombre indica sopla un fuerte vendaval, que desaparece en cuanto te alejas de él tres pasos.

Y ya estamos en el fondo de la gran sala del Mortero, desde aquí abajo se ve la tenue luz del exterior, sólo queda ascender la rampa de bloques (por la derecha más o menos se sube bien) y arriba usar las cuerdas que dejamos puestas el día anterior para poder volver a casita.
Estaba oscureciendo cuando salimos y la sensación era acongojante, impresiona mucho más que por el día.

Los del grupo A tardamos 11 horas en hacer la travesía, y los del grupo B 8 horas, debido a las pérdidas. Conociendo el camino, sin tener que estar consultando los croquis, se puede hacer en menos tiempo.
Hay bastantes señales a lo largo de la ruta: hitos de piedra, flechas negras, marcas azules, y sobre todo las cuerdas montadas, que son la mejor confirmación.

Las cuerdas que llevamos fueron peso muerto, pues toda la travesía estaba perfectamente equipada.
La travesía apenas tiene formaciones, salvo puntos muy concretos y casi más saliéndote del recorrido principal, aunque sí texturas y siluetas interesantes.
La chaquetilla del neopreno no mereció la pena llevarla, quizá se nos hubiese cortado la respiración unos minutos en el lago del mortero, pero fue un tramo tan corto donde realmente cubría que a mi juicio hubiera compensado ese pequeño mal trago el hecho de liberar espacio en la saca durante el 99% de la travesía. No obstante, como el nivel del agua puede subir inesperadamente, hay que llevarla, al igual que la cuerdas. Uno no puede contar con que las condiciones van a ser favorables.

Y a partir de aquí ya no hay más fotos pues tocaba nadar, la cámara se fue al bote estanco, y no volvió a salir de ahí.

Galería de fotos

El Mortero desde el fondo, el día del montaje.
Descendiendo la primera canal hacia la boca de la Rubicera, o Cueva de las Canales.
Dispuestos a pasar el Paso de la Licuadora, que ni licu ni cúa.
Tramo con finas siluetas de barro, inmediatamente después del quiebro de la
cuerda blanquirroja, entre las que destacaba ésta que recuerda a un felino.
La única zona con grandes formaciones de toda la
travesía, en un ramal que se desviaba de la ruta.
Galería de sección uniforme, paralela a
"la plancha" que termina vertiendo en el río Rubicera.
El río Rubicera en el punto donde nos lo topamos.
Inicio de la Vía Real, abandonando por un momento el Rubicera.
Destrepando la caótica red de pasillos leopardinos.
Cabecera del pasamanos sobre el P80
La boca del Cocodrilo. Para proseguir hay que introducirse por sus fauces.

sábado, 9 de mayo de 2009

Torca del Mostajo


Fecha: 9 de Mayo de 2008
Climatología: lluvia y fresco, aunque el tiempo nos dio una tregua.
Participantes: Miguel, José Manuel y David.


El acceso se realiza por una sima de la que brotan varios árboles: un mostajo, una encina, un roble, y algún elemento más, hasta casi cubrir la boca.
Tras descender en volado, se alcanza una repisa inclinada, y un nuevo salto hasta al fondo.

Tres calaveras, una de ellas de caballo, colocadas sobre un estante natural nos reciben.
Hacia la izquierda se abre una amplia galería de gours que parece terminar cegándose, y hacia la derecha otra no menos amplia galería que va ascendiendo entre formaciones hasta alcanzar un pozaco. Un pasamanos montado permite rodearlo hasta alcanzar un pasillo de ronda desde el que nos introducimos por un laminador bastante amplio.

Llegamos a una sala grande, de textura azucarada y brillante, un agujerito nos conduce a una sala más pequeña, y aquí, hacia abajo, se escurre la gatera-laminador. Un paso algo angustioso, sobre todo a la ida, cuando no conoces muy bien la forma ni las dimensiones. Casi encajado recorres unos cuatro metros hasta desembocar en un espacio más amplio con bellos conjuntos. Más arriba más formaciones y gours.
Al final de esta galería a mano derecha aparece un resalte del que cuelga una cuerda. Es fácil de trepar sin aparatos con un poco de impulso, aunque Jose se obcecó con que no podía hasta agotarse. Intentamos subirle de múltiples formas sin éxito hasta que decidió plantarse y no continuar más. Nos estaría esperando ahí 4 horas, hasta que volviéramos.

En la parte superior, en seguida nos encontramos con otra gatera mismamente complicada a la ida, y más fácil a la vuelta. Ésta es más baja y estrecha aún que el laminador anterior, sin duda la gatera más jodida de la cueva. Algunos que no conocían que ésta era la continuación aquí se han dado la vuelta, y es que el agujerito se las trae.

Tras unos 7 metros de estrechez vuelven la amplitud y las formaciones. La galería es de gran tamaño, en aumento, y discurre con ligeros giros sin final aparente.
Miguel, que ya se conocía parte de la cavidad por haberla visitado en un par de ocasiones hace años, detuvo el paso al localizar a mano izquierda el ventanuco que comunicaba con el pozo del nivel inferior: "el hueco dorado" (Golden void).

La ventana se asoma directamente a un pozo de 40 metros en volado, de una tirada y con agua espolvoreada cayendo sobre tu cabeza.

Abajo, tras inspeccionar varias posibles salidas, subimos y bajamos, y tomamos por un pasaje estrecho con varias trepadas y destrepadas y pasos sobre el vacío, hasta alcanzar una nueva galería gigantesca, que supongo que comunica con otra posible vía más amplia que descartamos.
Miguel trataba de recordar el camino que conocía de la última vez que estuvo, hace 8 años, y por ahí es por donde tiramos.

La gran galería prácticamente estéril termina en un laminador de chichinabo tras el cual aparece una sala con columnas gigantescas, preámbulo de más salas y galerías con buena decoración.
Tratamos de llegar a la sala de "Las Maravillas" (Wonderland), pero no la encontramos, y tras la exploración rápida, decidimos regresar, pues Jose estaría esperando atrás.

La vuelta fue a buen ritmo, recogiendo las marcas reflectantes que habíamos ido dejando tras de nosotros, por si acaso, ya que esta zona es enorme y un despiste nos retrasaría aún más.

Es una cavidad de grandes dimensiones, comunicada con otras cavidades de la zona, inexplorable en un sólo día, y con un par de pasajes estrechos por los que no todo el mundo cabe, sobre todo por el segundo. Destaca por la cantidad de formaciones, desde casi la entrada hasta los rincones más profundos.

Estuvimos dentro unas 7 horas y media.




Formaciones tras la gatera-laminador
Bello bosquete de columnas
Excéntricas
Hongos pétreos en las galerías tras la gatera chunga.




Gours cerca de la gatera-laminador
Formaciones variadas de las salas finales alcanzadas en la visita

Esquema mnemotécnico de lo recorrido. Ni las dimensiones ni las direcciones serán correctas.

>>Álbum de fotos

sábado, 14 de marzo de 2009

Cueva del Muerto


Fecha: 14 de Marzo de 2009
Climatología: Soleado y buena temperatura
Participantes: Miguel , José Manuel, José Luis, Sarah, Luis, Alfonso, Kike, David, Chema y José Manuel.

Chema y Toña me habían hablado de esta cueva el verano pasado, una cueva de la que conservaban el recuerdo fotográfico de una singular aglutinación estalactítica de gran vuelo que actualmente no existe, "la solitaria": cayó por su propio peso o quizá por accidente.
Nos decidimos a visitarla y Chema y su hermano Jose tuvieron la gentileza de hacernos de guías a través de las galerías.

El acceso se realiza por unos caminos que suben y bajan por los montes, abundantes en pedrolos sueltos en algunos tramos ocasionando dificultades a los vehículos, por lo que Miguel se plantó en cierto punto sin querer proseguir con el coche. De todas formas la boca quedaba cerca, unos 800 metros en línea recta según el GPS. Los de su coche nos bajamos y procedimos a mover las piernas mientras el resto de sibaritas continuaron sentados para bajarse a pocos metros de la boca.

La boca conduce por unos escalones descendentes hasta un pozo de unos 8 metros, al fondo del cual progresamos hacia la derecha (o hacia la izquierda, dependiendo de a dónde mires) empezando ahí las primeras incomodidades: repisas, y techos bajos y forrados de cristalizaciones. Enseguida llegamos al temido "Paso de la Guardia Civil", que resultó no ser para tanto; aunque ocasionó un tapón tanto a la ida como a la vuelta por el número de visitantes que éramos.

Retomando el momento de entrada, y atravesado el estrechamiento de la benemérita, casi de seguido nos encontramos con una gatera que había que atravesar con la cabeza pegada al suelo; quiebro a través de un túnel bajo, campo de melones, y llegamos a "La Cárcel". Desde este punto, empieza un no parar de formaciones de gran belleza, por su grandiosidad, número y detalle.
Para seguir avanzando saltamos entre "las rejas" y la cosa se pone muy interesante, una decoración exquisita.

La cueva se desarrolla como una sucesión de grandes salas separadas entre ellas por algún tipo de dificultad: una gatera, una trepada, una destrepada, un foso... Todas fácilmente salvables con cuidado y la estrategia adecuada.

La cueva es una belleza, profusa e inagotable en formaciones de todo tipo, al que decoró la cueva no se le agotó el presupuesto en casi ninguna sala: estalactitas, estalagamitas, columnas, gours... aunque si hubiera de destacarse algo de ella esto sería la profusión de espeleotemas excéntricos que crecen en las zonas más interiores como hordas de gusanillos rabiosos forrando techos y estalactitas; adoptando todo tipo de retorcidas formas caóticas: aguijones, ganchos, deltas, redes, sierras...

El paraíso de los amantes de los laberintos barrocos, que requiere en ocasiones arrastrarse y golpearse codos y rodillas. Ah, y rebozarse en arcilla (opcional, por supuesto).






Más fotos: Álbum de David