sábado, 1 de agosto de 2009

Sumidero de Mata Asnos

Participantes: Miguel, José Luis y David.
Climatología: Sol y viento fresco. A la salida nublándose y de camino de regreso empezaría a llover
Tiempo: 7 horas

Antes de tirar para la boca, nos detuvimos en Solán de Cabras a aprovisionarnos de calorías con sendos bocatas, con un pan húmedo y blanducho (la camarera se disculpó con que no había llegado aún el panadero) pero un tomate y carne riquísimos.

Y al poco estábamos ante la misma entrada de la boca. Muy cerca nos topamos con otra sima, que dejamos para la salida, si hubieren ganas... pero no las hubo.

El río estaba seco, con algo de agua estancada a las puertas de la boca, de la que empezaron a salir nubes de mosquitos. En lo que Miguel montaba, directamente hacia abajo, sin tomar el rodeo del pasamanos, los mosquitos se fueron largando.
La verdad es que cuando ves la ruta que hace el pasamanos subiéndose por las paredes, uno se queda un poco perplejo. Supongo que está pensado para cuando el río vaya cargado vertiendo agua sobre la vertical de la vía directa, o para hacer prácticas.

Tras una repisa con pozas, descendemos el trecho restante hasta el fondo, de gran altura, que pronto se convierte en un embudo: las galerías angostas de los meandros. Por aquí se acumula gran cantidad de restos orgánicos arrastrados por el agua, incluso enormes troncos de árboles empotrados en los sinuosos meandros. El aire es pestilente por la materia en descomposición y el agua estancada.

El meandro discurría a veces estrecho y otras... más estrecho aún. A la ida fuimos esquivando el agua subiendo y bajando por las partes altas del meandro, que unas veces facilitaban agarres más o menos seguros y otras requerían apoyarse con cuidado por la resbaladiza roca. En general, el nivel del agua no superaba los muslos, escogiendo la zona donde pisar, pero también había marmitas más profundas.
Ciertos tramos se pasan con pasamanos instalados en fijo, con doble o triple cuerda, alguna deshilachada y otra directamente rota. Justo después del último pasamanos sobre un doble marmitón alcanzamos el pozo de 10 metros, donde no había cuerda instalada. Dudamos si nos llegaría con nuestra cuerda suplementaria de 15, y llegó hasta la siguiente repisa donde ya sí que había cuerda.
Aterrizamos en una sección de gran altura con varios pisos intercalados entre los que se filtra agua limpia que se estanca en pequeños gours y pule y lustra las modestas formaciones. Y ya estamos al pie del último pozo, el P20. Desde las alturas se precipitan enormes coladas que el flash de la cámara de fotos apenas pudo sino insinuar debido al tamaño de ese espacio y las gotitas de agua enturbiando la atmósfera.
Tras algunas correcciones en el montaje para evitar los roces de la cuerda, llegamos abajo, donde se formaba un laguito y caía un chorrito de agua, una ducha salpicona, desde las alturas.

Desde aquí se abren varios ramales: uno que asciende y pronto se ciega, con un laminador a la derecha que también se volvió impenetrable; la galería fósil y la del río.

Nos quitamos los arneses y la chatarra y seguimos primeramente la galería fósil, de gran amplitud y comodidad en comparación con los meandros sinuosos que hasta ahora habíamos salvado. Grandes túneles en los que crecen formaciones formando colonias, su color blanco contrasta con el color terroso-arcilloso de las galerías. Estos grandes espacios a veces se comprimen por laminadores por los que hay que reptar pringándose de barro resbaladizo. La sucesión de grandes espacios parece terminar al poco tras un último laminador que desemboca en una amplia sala que se figura como el interior del cascarón de un barco.

Regresamos al pie del P20 y entramos por el ramal del río, que rápidamente se vuelve amplio y cómodo, un caos de bloques a veces, hasta llegar a un destrepe en el que nuevamente aparece el agua y hay que avanzar por los techos. Tras un pequeño tramo aéreo, vuelve la comodidad y aparece una preciosa fuente de gours. Quedaba un poco más hasta el sifón terminal, pero aquí nos dimos media vuelta.

De regreso, dejado atrás el último pasamanos, en un tramo sin complicaciones, José Luis sufrió un resbalón que le hizo precipitarse un par de metros. El daño más grave se lo llevó un hombro que se salió y volvió a entrar, lo que le impidió utilizar el brazo derecho. Aun así, se sobrepuso a la conmoción y tiramos hacia la salida sin dilaciones y a buen ritmo, esta vez con menos miramientos en mojarnos y evitando todas las trepadas posibles. Miguel iba delante por si había que tirar y yo detrás para empujar, aunque Jose se apañó por sí mismo en prácticamente todos los obstáculos.

Ya en Madrid Miguel le llevó al hospital. Le han puesto un cabestrillo para un par de días, por lo que afortunadamente la luxación no fue grave.

En resumen: es una cavidad difícil, por la necesidad de atención constante que requiere el paso de los meandros. Agilidad, estrategia, algo de fuerza y cuidado de dónde pones los pies y las manos.
Si no te importa mojarte la dificultad decrece, pero pasarás mucho frío. Nosotros ya empezábamos a tenerlo en las pausas ante los pozos a la ida sin apenas habernos calado más que puntualmente.
La boca del sumidero, tragándose el cauce del río, que en este caso iba seco

Al pie de la boca, tan sólo quedan unas marmitas con agua

Descendiendo por la boca, una vez ahuyentados los mosquitos, directamente,con un desviador un poco más abajo para evitar el roce, sin usar el pasamanos

Los primeros tramos del meandro repletos de restos orgánicos putrescentes

Avanzando por los meandros

Hacia el P20, zona con pulidas formaciones y emanaciones de agua limpia

Descendiendo el P20

Formaciones blancas en la galería fósil

La sala del cascarón del barco al final de la galería fósil

La fuente de los gours

Ruta hasta la boca, según las indicaciones del Club SECJA

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